jueves, 20 de diciembre de 2018

Se cierra el círculo (Pre-Tartessos. El Huevo Cósmico VII)


La inquietud entre los peregrinos se incrementaba por momentos. Nada ni nadie parecía seguro en el recinto. Los vuelos de los grandes buitres recordaba la matanza de días atrás. Muchos carroñeros acudían al bosque de encinas para limpiar las carcasas de los cadáveres y sembrar todo de huesos, llenando el espacio y las noches de escaramuzas y gruñidos terroríficos.
La reunión de los grandes jefes había terminado sin ningún acuerdo. Todo hacía pensar que el pacto del dios del día con la diosa de la noche no había cubierto los deseos de ambos y que la diosa nocturna requería más sacrificios y rezos. Los jefes habían reunido a sus guerreros y se aprestaban a incrementar la vigilancia. No podía volver a ocurrir otra vez nada similar. Se formó un grupo de guerreros, uno de cada poblado vecino, que se dirigió hacia la costa. Tenían que conocer de primera mano lo que exactamente había ocurrido. y que los
La noche era pródiga en estrellas. Ni un atisbo de Luna. Orión parecía dirigir la escena. Los guerreros habían regresado con un vigilante armado del pueblo de la costa que hablaba a la Asamblea de forma entrecortada, usando vocablos y señas propios de pescadores. Su tono era respetuoso, pero también enfático, miedoso y algo agresivo. Comentaba sobre una mujer maldita que vivía en una choza apartada. Una mujer cuya cara y gestos causaban espanto solo con imaginarlos. También se refirió a una pareja que parecían, por su forma de hablar, haber venido de tierras lejanas o proceder de otra época; que habían tenido una niña que había sido adiestrada por aquella bruja maldita. Finalizó diciendo que la pareja había huido hacia el mar en una barca después de asesinar a la vieja. Luego, temerosamente y en voz baja, comentó sobre los poderes de la niña señalando que era capaz de mover objetos sin tocarlos, que hablaba con los animales y que había salvado a sus padres de morir ahogados. Él, el único guerrero que había subsistido al ataque de los perros salvajes, había reconocido al perro de la niña y recordaba nítidamente cómo el cánido dirigió contra ellos a la jauría, matando a todos sus compañeros. El vigía-guerrero terminó con unas palabras terroríficas “Matemos a la niña, a sus padres y al perro si no queremos que ellos no exterminen. Ofrezcámosles en sacrificio a la diosa de la noche cuando vista todas sus galas y muestre su cara completa”.
Hombres fornidos se movían entre los peregrinos buscando a niños y perros que respondieran a los detalles comentados. El guerrero de la costa acompañado de un gran jefe y de otros guerreros fueron visitando en silencio y por sorpresa choza por choza. Los perros ladraban al silencio sin hacerse esperar y al instante eran acallados por sus amos que le tiraban trozos de hueso. La búsqueda había sido infructuosa ya que en ninguna de las chozas inspeccionadas se encontraba una familia que respondiera a las características de lo que él vigía no se cansaba de decir.
Las primeras luces apuntaban en el horizonte. Restaban una decena de chozas por visitar, cuando las grandes bocinas despertaron a los peregrinos para los ritos de despedida. Ya hacía varios días que la verga fecundante del dios Sol había cruzado el corredor del dolmen hasta chocar con el fondo. Ahora, su luz alumbraba por un instante a una piedra en la que se encontraba marcado un símbolo en forma de mano que sugería el saludo de despedida al Astro Rey.
La mañana no estaba tan luminosa como días anteriores. La niebla iba cubriendo poco a poco las chozas más lejanas y prometía dejar sin brillo los actos de despedida, donde cada poblado ofrecía sus mejores galas a los dioses y sus mejores cabritos a los druidas, privándose de futura carne y leche, e incluso de su piel. Aquella renuncia constituía para todos un acto de generosidad, ya que de forma casi milagrosa aquellos animales transformaban hierbas que otros animales no aceptaban a comer en algo tan necesario para la subsistencia. Además los cuernos de los grandes machos también servían para hacer armas punzantes o instrumentos para escarbar la tierra.
Despacio transcurría la tarde. Las familias empezaban a recoger sus enseres para volver a sus poblados de origen cuando la inspección de las chozas comenzó de nuevo. En la séptima más alejada se encontraban Chan, Hana, Cron y el perro junto a un matrimonio mayor que no teniendo cobijo había sido bien aceptado por los cuatro. Repentinamente el perro puso en alerta a Hana moviéndose desesperadamente sin ladrar por la choza. Cron, el padre, cogió rápidamente su puñal, un zurrón con pieles, un puñado de flechas, su kajak y el lanzapiedras y por señas comunicó al resto de la cabaña que estaban en peligro.
Desde hacía días había estado construyendo una salida que les permitiera en caso de peligro escapar de la cabaña sin ser vistos. Abrió rápidamente una trampilla, mientras la pareja mayor salía hacia afuera para frenar a los guerreros que se aprestaban a entrar por la puerta de entrada cubierta por mantas.
Aquella maniobra les permitió salir sigilosamente de la cabaña. Una inspección rápida de los guerreros descubrió que la pareja mayor no había estado sola. Sus voces alertaron a todo el campamento. El caos era general. La gente se movía desordenadamente interrumpiendo y dificultando la búsqueda. Los cuatros huían rápidamente entre las encinas cuando se vieron rodeados por un grupo de hombres fornidos. Perro ladraba sin cesar, gruñendo y enseñando dientes poderosos al que arriesgaba a acercarse a menos de dos cuerpos de distancia.
Al momento apareció el vigilante de la costa. Tenía en su pecho una cicatriz reciente que se estaba formando sobre una zona casi sin carne. Había perdido un ojo como Perro. Dudó brevemente, pero enseguida señaló a la niña emitiendo, muerto de miedo, ronquidos guturales incomprensibles. Dos guerreros apresaron a Hana, mientras que tres se abalanzaron sobre Cron. Una cuchillada dejó inservible la mano de uno, a la vez que un codazo reducía el ataque de otro. La lucha fue breve ya que una docena de guerreros terminó reduciendo a Cron.
No habían andado un centenar de pasos cuando Perro se paró en seco y abriéndose de patas se puso muy tenso. Un instante después la tierra comenzó a temblar intensamente abriéndose una grieta que se tragó a dos de los guerreros. El tuerto y el Jefe se agarraban a unas raíces en la abertura de la grieta para no caer al vacío, mientras los demás guerreros huían desaforados esperando un segundo terremoto. Los tres se abrazaban como si fuera el fin del mundo, cuando una réplica, aún más intensa abrió nuevas y profundas grietas. Hana besaba al Perro, Chan a la niña y el padre a la madre mientras que el momento apocalíptico se tragaba encinas y chozas. Un objeto perfecto emergía abriendo su puerta invisible y aspirando a los cuatro por encima de una plataforma a su interior. De nuevo las estrellas y las luces del interior empezaron a parpadear rabiosamente. Un sinfín de números, de símbolos y anagramas brillaba en un holograma intraducible que se había formado en medio del habitáculo. Mientras la plataforma transparente desaparecía, la puerta invisible se cerraba y una luz potentísima cegaba a los que desde las proximidades del dolmen se atrevían a mirar.
A dos días de camino, a poca distancia de la costa, en las profundidades del mar donde cangrejos y pulpos picoteaban y se alimentaban del cuerpo hinchado de Ave Rápida, la sordomuda, se iniciaban olas gigantescas que se dirigían terroríficas a los poblados de la costa. De nuevo la mayor fuerza del Universo marcaba sus designios en medio del caos más absoluto.
Camino de Málaga, 31 de octubre de 2018

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