La inquietud
entre los peregrinos se incrementaba por momentos. Nada ni nadie parecía seguro
en el recinto. Los vuelos de los grandes buitres recordaba la matanza de días
atrás. Muchos carroñeros acudían al bosque de encinas para limpiar las carcasas
de los cadáveres y sembrar todo de huesos, llenando el espacio y las noches de escaramuzas
y gruñidos terroríficos.
La reunión de
los grandes jefes había terminado sin ningún acuerdo. Todo hacía pensar que el pacto
del dios del día con la diosa de la noche no había cubierto los deseos de ambos
y que la diosa nocturna requería más sacrificios y rezos. Los jefes habían
reunido a sus guerreros y se aprestaban a incrementar la vigilancia. No podía
volver a ocurrir otra vez nada similar. Se formó un grupo de guerreros, uno de
cada poblado vecino, que se dirigió hacia la costa. Tenían que conocer de
primera mano lo que exactamente había ocurrido. y que los
La noche era
pródiga en estrellas. Ni un atisbo de Luna. Orión parecía dirigir la escena.
Los guerreros habían regresado con un vigilante armado del pueblo de la costa
que hablaba a la Asamblea de forma entrecortada, usando vocablos y señas
propios de pescadores. Su tono era respetuoso, pero también enfático, miedoso y
algo agresivo. Comentaba sobre una mujer maldita que vivía en una choza
apartada. Una mujer cuya cara y gestos causaban espanto solo con imaginarlos.
También se refirió a una pareja que parecían, por su forma de hablar, haber
venido de tierras lejanas o proceder de otra época; que habían tenido una niña
que había sido adiestrada por aquella bruja maldita. Finalizó diciendo que la
pareja había huido hacia el mar en una barca después de asesinar a la vieja. Luego,
temerosamente y en voz baja, comentó sobre los poderes de la niña señalando que
era capaz de mover objetos sin tocarlos, que hablaba con los animales y que
había salvado a sus padres de morir ahogados. Él, el único guerrero que había
subsistido al ataque de los perros salvajes, había reconocido al perro de la
niña y recordaba nítidamente cómo el cánido dirigió contra ellos a la jauría,
matando a todos sus compañeros. El vigía-guerrero terminó con unas palabras
terroríficas “Matemos a la niña, a sus padres y al perro si no queremos que
ellos no exterminen. Ofrezcámosles en sacrificio a la diosa de la noche cuando
vista todas sus galas y muestre su cara completa”.
Hombres fornidos
se movían entre los peregrinos buscando a niños y perros que respondieran a los
detalles comentados. El guerrero de la costa acompañado de un gran jefe y de
otros guerreros fueron visitando en silencio y por sorpresa choza por choza.
Los perros ladraban al silencio sin hacerse esperar y al instante eran
acallados por sus amos que le tiraban trozos de hueso. La búsqueda había sido
infructuosa ya que en ninguna de las chozas inspeccionadas se encontraba una
familia que respondiera a las características de lo que él vigía no se cansaba
de decir.
Las primeras
luces apuntaban en el horizonte. Restaban una decena de chozas por visitar,
cuando las grandes bocinas despertaron a los peregrinos para los ritos de
despedida. Ya hacía varios días que la verga fecundante del dios Sol había
cruzado el corredor del dolmen hasta chocar con el fondo. Ahora, su luz alumbraba
por un instante a una piedra en la que se encontraba marcado un símbolo en
forma de mano que sugería el saludo de despedida al Astro Rey.
La mañana no
estaba tan luminosa como días anteriores. La niebla iba cubriendo poco a poco las
chozas más lejanas y prometía dejar sin brillo los actos de despedida, donde
cada poblado ofrecía sus mejores galas a los dioses y sus mejores cabritos a
los druidas, privándose de futura carne y leche, e incluso de su piel. Aquella
renuncia constituía para todos un acto de generosidad, ya que de forma casi
milagrosa aquellos animales transformaban hierbas que otros animales no
aceptaban a comer en algo tan necesario para la subsistencia. Además los
cuernos de los grandes machos también servían para hacer armas punzantes o
instrumentos para escarbar la tierra.
Despacio transcurría
la tarde. Las familias empezaban a recoger sus enseres para volver a sus
poblados de origen cuando la inspección de las chozas comenzó de nuevo. En la
séptima más alejada se encontraban Chan, Hana, Cron y el perro junto a un
matrimonio mayor que no teniendo cobijo había sido bien aceptado por los
cuatro. Repentinamente el perro puso en alerta a Hana moviéndose
desesperadamente sin ladrar por la choza. Cron, el padre, cogió rápidamente su
puñal, un zurrón con pieles, un puñado de flechas, su kajak y el lanzapiedras y
por señas comunicó al resto de la cabaña que estaban en peligro.
Desde hacía días
había estado construyendo una salida que les permitiera en caso de peligro escapar
de la cabaña sin ser vistos. Abrió rápidamente una trampilla, mientras la
pareja mayor salía hacia afuera para frenar a los guerreros que se aprestaban a
entrar por la puerta de entrada cubierta por mantas.
Aquella
maniobra les permitió salir sigilosamente de la cabaña. Una inspección rápida
de los guerreros descubrió que la pareja mayor no había estado sola. Sus voces
alertaron a todo el campamento. El caos era general. La gente se movía
desordenadamente interrumpiendo y dificultando la búsqueda. Los cuatros huían
rápidamente entre las encinas cuando se vieron rodeados por un grupo de hombres
fornidos. Perro ladraba sin cesar, gruñendo y enseñando dientes poderosos al
que arriesgaba a acercarse a menos de dos cuerpos de distancia.
Al momento
apareció el vigilante de la costa. Tenía en su pecho una cicatriz reciente que
se estaba formando sobre una zona casi sin carne. Había perdido un ojo como
Perro. Dudó brevemente, pero enseguida señaló a la niña emitiendo, muerto de
miedo, ronquidos guturales incomprensibles. Dos guerreros apresaron a Hana,
mientras que tres se abalanzaron sobre Cron. Una cuchillada dejó inservible la
mano de uno, a la vez que un codazo reducía el ataque de otro. La lucha fue
breve ya que una docena de guerreros terminó reduciendo a Cron.
No habían
andado un centenar de pasos cuando Perro se paró en seco y abriéndose de patas
se puso muy tenso. Un instante después la tierra comenzó a temblar intensamente
abriéndose una grieta que se tragó a dos de los guerreros. El tuerto y el Jefe
se agarraban a unas raíces en la abertura de la grieta para no caer al vacío, mientras
los demás guerreros huían desaforados esperando un segundo terremoto. Los tres
se abrazaban como si fuera el fin del mundo, cuando una réplica, aún más
intensa abrió nuevas y profundas grietas. Hana besaba al Perro, Chan a la niña
y el padre a la madre mientras que el momento apocalíptico se tragaba encinas y
chozas. Un objeto perfecto emergía abriendo su puerta invisible y aspirando a
los cuatro por encima de una plataforma a su interior. De nuevo las estrellas y
las luces del interior empezaron a parpadear rabiosamente. Un sinfín de
números, de símbolos y anagramas brillaba en un holograma intraducible que se había
formado en medio del habitáculo. Mientras la plataforma transparente
desaparecía, la puerta invisible se cerraba y una luz potentísima cegaba a los
que desde las proximidades del dolmen se atrevían a mirar.
A dos días de
camino, a poca distancia de la costa, en las profundidades del mar donde
cangrejos y pulpos picoteaban y se alimentaban del cuerpo hinchado de Ave
Rápida, la sordomuda, se iniciaban olas gigantescas que se dirigían
terroríficas a los poblados de la costa. De nuevo la mayor fuerza del Universo
marcaba sus designios en medio del caos más absoluto.
Camino de Málaga, 31 de octubre
de 2018