Llegaba la
estación fría. Se habían cubierto con pieles de los animales de grandes orejas
como lo hacían los de un poblado cercano e incluso habían construido una
pequeña embarcación, una canoa como la de los pescadores. La pareja creía que
habían pasado desapercibidos, pero todos en un día a la redonda sabían que él
se daba buena maña con la pesca y que ella estaba preñada.
Varias lunas después una mujer que conocían como “Ave Rápida” los había
acogido en su choza. La mujer estaba maldita para los del poblado vecino ya que
creían firmemente que debía estar poseída por los dioses del silencio, pues de
su boca no salía palabra alguna y además, aunque estaba sorda, algo
sobrenatural le informaba siempre de la proximidad de personas y animales.
“Ave Rápida” les enseñaba día a día pequeños detalles y ellos, a cambio
de su hospitalidad, le traían agua y comida y cocinaban para los tres. La
cabaña se encontraba a centenares de pasos del poblado, y les aseguraba protección
e intimidad. No obstante, Cron solía ir a ver a un anciano de piel oscura que
vivía sólo y que disfrutaba con su compañía. Ambos se comunicaban por señas,
pero poco a poco ambos fueron conociendo la lengua del otro con lo que la
comunicación se fue haciendo más fluida. El viejo le contaba historias de los
tiempos pretéritos en los que habían tenido que defenderse y ocultarse de
tribus venidas de la otra orilla del mar a la búsqueda de minerales y riquezas.
Él, sin atreverse a hablar del Gran Huevo, le hablaba de las costumbres de su
pueblo y de cómo conoció a Chan y cómo la amó rodando por la ladera de una
colina. Una noche al susurro de los duendes el anciano le contó que su madre
había sido forzada por uno de aquellos invasores y que su vida no había sido
fácil entre otras cosas por el color de su piel y porque su padre le pegaba y
nunca lo aceptó como hijo.
Ya Cron chapurreaba bastantes palabras que se parecían poco a lo que él
hablara antes de ser atrapados por aquel mal sueño. Su hijo estaría pronto a
nacer y ellos, ya casi padres, desentonaban con otros que iban a una ceremonia
que llamaban emparejamiento. Él conocía que cuando llegara el buen tiempo
muchas parejas se encaminarían durante varios días al sitio donde les dejó el Gran
Huevo. Intuía que irían hacia el lugar sagrado de las piedras que marcaban las
estaciones. Recordaba que aquel templo tenía una hendidura que conducía a una
gran cavidad donde se desarrollaban los ritos secretos, no obstante, desconocía
si las parejas podían ir con sus hijos al lugar sacrosanto; tendría que
preguntar a la vieja, seguro ella tendría la respuesta, aunque fuera por señas.
Llovía torrencialmente. Una hoguera acogedora invitaba a permanecer
dentro de la cabaña y pasar la tarde contando historias. Chan y Cron hablaban
de su futuro. Ave Rápida miraba como se movían sus labios y sabía en todo
momento de qué hablaban. La sordomuda sonreía a Chan y a veces una ligera mueca
era bastante para saber lo que ambas querían. La sordomuda tocó la barriga de Chan
y habló con señas de su juventud pasada y de su gran amor. Se señaló el vientre
y remedó con las manos el crecimiento de un ser en su interior y cómo después
del parto se quedó sordomuda. Creyendo que los dioses la habían maldecido, su
hombre, la había abandonado llevándose su cariño y al hijo de sus entrañas.
Cinco de octubre de 2018, en Madrid
Se van añadiendo personajes a la historia, como la misteriosa Aver Rápida.
ResponderEliminarSeguiré las vicisitudes de Cron y familia.
Besos.