Recordando viejos tiempos Cron, Hana y Argan, a lo largo de los años, acuden
repetidas veces al dolmen. Toda la zona aparece desolada, los ritos
inexistentes. Allí solo queda silencio. Solo los equinoccios recuerdan lo que
tiempo atrás fue el centro del universo, la misma vida llamando a la vida. Pero
ellos se siguen sintiendo peregrinos.
Cron al que todos confunden con un viejo Rey visita con frecuencia a
Gargoris, que cegado por los dioses coquetea con las mujeres de su harén y
hasta con sus propias hijas. Crece la leyenda y la maledicencia. Gargoris el
Rey-héroe es diana de las peores habladurías y pecados. Se dice que un brujo
maldijo sus relaciones incestuosas y le atribuyen horribles historias donde las
estampidas de vacas, la proximidad de las fieras y el abandono no fueron
capaces de terminar con Habis, su hijo, el cual acabará vengándose de su propio
padre.
Cron, invadido por el amor de Hana y Argan ha saltado con ellos y con
Habis en el tiempo y el Gran Huevo fundido en la madre tierra les ha dado
longevidad. Nadie conoce con seguridad la edad del hombre-mago, pero las
arrugas de su cara señalan que ha sido ya testigo de muchas estaciones,
alegrías y desgracias.
La puerta invisible de aquel habitáculo indescriptible, se ha rendido
al amor y se ha abierto varias veces, como si aquello ya perteneciera a la
mismísima realidad e historia de Saltés o de Onuba Baal y sus aledaños. Hana
está versada en lenguas extrañas que se hablan allá en la tierra del sol
naciente, donde la canela, la seda y lo imposible se dan la mano hablando de
Xia, Shan y Zhon -las dinastías antiquísimas junto al rio Amarillo-. Hana conoce
el habla de los dioses verdes, el idioma que usan más allá de donde reina la
diosa cuyos brazos son serpientes. Hana domina la lengua de los poblados del
Norte y los símbolos del Sur y la escritura lineal que aprendiera de la
sordomuda y de los druidas envejecidos que hablaban de los escritos de Ormuz y de
los huesos del árbol del aceite y de la vida. Pero nada de todo es bagaje vale
para descifrar los dígitos que aparecen en los paneles tridimensionales
holográficos en el Gran Huevo. El azar a veces descubre palabras amigas para
dar lugar a riadas de letras y palabras incomprensibles. En el display va apareciendo información de
cambios climáticos trascendentes, de movimientos de tierra, de explosiones
volcánicas más allá del mundo conocido. Una voz metálica vuelve a hablar del
río Piedras, de Tartessos, de Gades, pero también de Fenicia. El azar les ha
trasladado en el tiempo al s. VIII a. C.
Hana, Argán y Cron llegan de nuevo a Tartessos, nadie sabe de dónde proceden
ni cómo es eso posible. Vuelven aquellos que los viejos y los escritos relatan
que yacen dormidos bajo tierra y llegan para quedarse y hacer de su tierra lo innombrable.
Llegan portando vestidos de grandes jefes de antaño y enseguida son aceptados
por el pueblo como sus líderes.
Fenicia no mantiene ahora su mejor relación con Tartessos. Los viejos
del lugar recuerdan lo que les contaran sus abuelos sobre un gran Jefe llamado Argan
y añoran al mejor de druidas que sembraba la paz y el bienestar. Sin embargo, nadie
relaciona los nombres de los recién llegados con aquellos que ponían paz y daban
el buen consejo y hacía de la tristeza esperanza.
Ha caído Tiro en manos de los asirios, el comercio flaquea y el hambre
acecha. La población indígena hace suya la costa desde el Oestrynmis hasta Gades y espera la mano de un gran rey. Druidas de
Levante, del gran Norte alcanzan las tierras de Tartessos atraídos por la magia.
Las noticias han corrido como lo hace el agua en los arroyos en tiempo de
lluvia. Saben que uno de los grandes ha llegado, uno de los grandes que surcó
el tiempo. ¡Los dioses sabrán qué edad tiene!
Cron preside la asamblea de los grandes druidas y magos, también allí
se encuentran sacerdotes fenicios de renombre. Algunos han abierto el camino de
la magia transformando largos palos en fieras serpientes, otros enseñan
broches, pequeños recipientes cristalinos, joyas imposibles, nuevas plantas y
remedios. Las plagas han venido diezmando a los habitantes de las aldeas y
poblados donde habitaban e incluso al corazón de aquella tierra, que sin poder
morir lo ha hecho y en poco tiempo. Tienen en sus manos el finalizar con el
hambre y el poner paz en algo que hace estragos en el dominio de aquella parte
del mundo enriquecido. Fenicia no paga sus tributos y cosecha las mejores heredades
al norte del lago Ligustino. También no lejos del gran dolmen, en las tierras
donde cuentan las leyendas que perros y hombres entablaron un duro combate,
crecen espigas que dan harina para los habitantes de la zona más cercana al río
de aguas de color rojizo.
Si Saltés fue punto de inflexión de la madurez de Hana, su amor por
Argan en Tartessos cambiará el ritmo de la historia, haciendo de su amor una
leyenda que surcará las aguas desde levante al río Anas, desde la desaparecida Saltés
a la punta de tierra donde el agua dobla hacia el Gran Norte y hacia los
abismos inmortales, a la búsqueda de las islas del estaño. Ya no bastan las
minas del Norte donde la última tierra hinca su espolón en el mar eterno.
Tampoco fueron suficientes las minas junto a los arenales más allá del río Anas,
ni aquellas hacia levante. No hay bronce sin estaño y eso demanda terquedad,
esfuerzo y valentía.
Hana y Argan llenan las ansias de Tartessos más allá de donde el alma
socaba la tierra en busca de minas imposibles, de sudores esclavos, recompensas
de oro, de cobre y de sueños. Tienen muchos hijos y Habis ya es parte de la
familia, uno de los más queridos y deseados. Fuerte y seguro supo escapar de
las malas artes de su padre Gargoris y es sembrador del orden y sabiduría de
Cron y hacedor de nuevas leyes y clases sociales de Tartessos.
Dentro de su numerosa descendencia, uno de ellos, llenará sus almas de
luz y de alegrías inmortales. Nace en una noche de brisas y de Luna, una noche
de largas y potentes contracciones y de dolores imposibles que terminaron con
un llanto y mil sonrisas. Mamaba el recién nacido del pecho de su madre cuando Habis
besándolo en la frente oyó de la boca de Hana, en un susurro, un nombre que
cursó su mente de improviso.
Sonaban clamorosas las bocinas anunciando a todos la buena nueva. La
multitud llenaba las plazas, los caminos. Se hizo el silencio. Habis tomó a su
hijo entre los brazos y salió al borde del palacio. La Luna llenaba de plata el
cuerpo del niño. Mirando al cielo con una sonrisa interminable levantó por los
brazos al recién nacido y gritó con gran ímpetu el nombre de Argantonio. ¡Te
llamarás Argantonio, que significa Hombre de Plata! -gritó de nuevo ¡y serás
recordado por los siglos de los siglos, y cuando te mueras mil generaciones llorarán
por ti y sabrán que fuiste fruto de amor y de leyenda!
La alegría cruza Tartessos de punta a punta. Mil fiestas, regalos y
comidas brillan durante una Luna completa en honor de Argantonio y de sus
padres. Hana es feliz entendiendo que hay cosas imposibles. Ya crecen en Cron cabellos
plateados y miles de arrugas que anuncian que la luz del más allá está pronta a
reclamarlo.
Tartessos junto al mar bulle de niños engendrados por el mar en el
solsticio y crecen polis en el área que enmarcan los dos grandes ríos muy cerca
de sus estuarios, aprendiendo a vivir de las noches y los días. Junto al
Piedras, detrás de unas colinas surgen más casas y alegrías, penas y nuevas
vidas que llenan poblados entre los dos grandes ríos. Argantonio medra en la
sabiduría de su abuelo y en las artes de su madre y en la fuerza y amor de una
familia memorable.
Han nacido a lo largo de la costa grandes poblados más allá del Tinto
y de su hermano el río de Tharsis. En el estuario de ambos brilla incomparable
el gran templo a Baal que Fenicia hiciera en tiempo pretéritos. Otras moradas
bordean lo que queda del gran lago y suben por el camino que abre Tartessos
hacia el norte, donde viven tribus amigas que con reyes independientes le rinden
pleitesía. Allí viven muchos que intercambian frutas, mujeres, niños, animales
por el bronce, por el oro y los productos hechos de las tripas de grandes peces
que engrandecen las salsas y las comidas.
Argantonio ha hecho del mar su casa. Tartessos vive ya más lejos en la
costa de levante y clava sus dientes tierra adentro, donde el río Anas dobla y
baña terrenos más cercanos a los celtas. Sus barcazas ya llevan velas que el
viento llena en el camino de la mar hacia lo ignoto, y que permite el
transporte lejano de minerales que socaban del vientre de la tierra aquellos
inoportunos que intentaron invadir Tartessos y que hoy son esclavos de la guerra.
Argantonio mantiene una firme relación con los helenos, un pueblo que ama el
arte, la música, las leyes del pensamiento y la filosofía. Sabe que tiene que
evitar el dominio comercial de sus hermanos de Gadir y que para ello debe
ayudar a Focea a crear una gran muralla que los proteja de los persas y
posibilite la creación de una colonia comercial en el extremo del gran mar
interior. No hay bastante plata en el nombre de Argantonio, para tal acuerdo,
pero los barcos enviados rebosando plata sonaran por los siglos de los siglos.
Argantonio sabe, no obstante que llegarán, que están llegando otros
que esperan que la noche embarque el alma de Tartessos y la lleve lejos, para
aniquilando lo imposible y lo inmortal hacer suya tanta grandeza.
Argantonio se ha hecho fuerte, en medio de foceos, griegos y celtas. Cron
ha muerto. Hana y Argan desaparecieron una noche junto al dolmen y seguro que estarán
surcando el tiempo que no espera. La leyenda sigue hablando de tesoros
escondidos, de estirpes de reyes con el mismo nombre. ¡Es tanto lo que vive que
ya nadie cree que sea el mismo Argantonio! Algo le mantendrá joven se comentan
los poderosos, será igual que lo que mantuvo vivo tanto años a su tutor Cron.
Nadie recuerda ancianos tan ancianos, pero tampoco hombres tan vivos. Mientras tanto,
ya suenan las bocinas, los caballos y las armas y de Cartago por todo el
Mediterráneo.