Perro se movía ágil, vigilando a cualquier cosa que
se moviera en la distancia. Cron observó que algunos grupos de personas se desplazaban
hacia el este con alegría, sugiriendo que nada de lo ocurrido dos días antes
les era conocido o le producía preocupación. Otro grupo de individuos se
acercaba desde poniente. Se desplazaban ahora por un paraje que les resultó
desconocido. Abundaban las plantas leñosas de grandes flores blancas, el romero,
las amapolas y los palmitos. Cron hizo buen acopio de flores, hojas y semillas.
A mediodía vieron que muchos individuos, clasificados por su fortaleza, y edad caminaban
formando grupos que se dirigían hacia el sureste. Era como si una llamada
hipnotizadora dirigiera los pasos de todos sin importarle su jerarquía. Hicieron
un alto en el camino, no quería que la gente los pudiera relacionar con lo
sucedido. Chan ennegreció ligeramente su cara y la de la niña y el cuerpo de su
compañero. Nadie les reconocería a donde iban; participarían de aquel momento
que prometía ser especial.
Cron se aproximó a un grupo con cuidado y les saludó
como él había visto hacer en la zona de las grandes piedras cuando estuvo escondido.
Algunos le correspondieron levantando la mano en señal de saludo. Los perros
del grupo ladraron y se acercaron al perro tuerto y a Hana que, mediante una
señal imperceptible, hizo que se tranquilizaran y guardaran silencio. El más
fornido se dirigió a Cron y le invitó a que se sentaran con ellos y disfrutaran
de compañía y del calor de una hoguera que estaban prestos a encender. Aquella
noche Hana se convirtió en el centro de atención del grupo jugando y comentando
cosas de pescadores y pájaros. Poco después todos dormían a la luz de la
hoguera mientras un gajo de Luna se escondía detrás del horizonte.
Remontaba el día y no lejos numerosas aves de gran
envergadura planeaba en el cielo anunciando que la muerte había visitado aquel
lugar. Poco a poco los grupos procedentes de diferentes poblados fueron
congregándose a una distancia prudencial de unas grandes piedras verticales
clavadas formando un gran círculo y en pocos minutos levantaban pequeñas
cabañas para poder alojarse y resguardarse de la humedad y las alimañas de la
noche. Dentro de poco, quizás dos días, los rayos incidirían sobre una marca
sagrada indicando claramente que la noche duraría más que el día. Las noticias
eran aterradoras y corrían de boca en boca. Una jauría de perros silvestres
había atacado y aniquilado a un grupo de guerreros que se desplazaban para
acudir a la ceremonia del sol fecundador desde un poblado en la orilla del mar.
Aquello había sido algo muy especial. Los signos de
lucha eran evidentes, no solo por las dentelladas de los grandes perros sobre
la carne y huesos de los guerreros, sino porque había habido lucha a muerte
como lo demostraban los cortes profundos que aparecían en algunos cuerpos.
Nunca durante generaciones había sucedido nada semejante en los días previos al
gran rito.
No lejos sonaron las bocinas y una comitiva arrancó
desde poniente. Veinte druidas caminaban en filas de a cuatro, perfectamente
uniformados llevando en sus cabezas adornos y en sus manos frutas, raíces,
pinturas, cuernas de animales. Les seguían los jefes de los poblados que se
encontraban a menos de un día de distancia del dolmen, los ancianos y las muchachas
núbiles. A unos pasos de distancia, la comitiva se cerraba de forma espontánea
con una fila de mujeres embarazadas que desde las cabañas improvisadas se unían
al séquito formando una figura que tenía forma de embudo. Potentes bocinas
anunciaban que el momento estaba cerca. Solo los druidas penetraron en la gran
cámara. Los jefes y los ancianos se apostaron a uno y otro lado de la puerta,
mientras que las núbiles y embarazadas quedaban delante mirando hacia levante
por donde se suponía aparecería el gran disco solar. Chan soltando la mano de
su hija salió corriendo y se unió a las otras mujeres. Lo había guardado en silencio,
pero ahora era estaba completamente segura ya que hacía tres lunas que no
sangraba y había sufrido en secreto vómitos y alguna molestia. Durante el
ataque de los perros asilvestrados notó además que algo en su vientre se movía.
Hana y Cron se abrazaron mientras que el perro tuerto los vigilaba moviendo incansable
y vertiginosamente su cola de uno a otro lado.
Cerrando el cortejo, dos guerreros portaban en unas
parihuelas a la momia de un gran jefe que debía ser depositada en el centro del
recinto sagrado, para que su alma renaciera de la vida de ultratumba al ser bañada
por la luz del dios solar durante la ceremonia del solsticio.
El sol naciente iba acariciando con sus rayos los
cuerpos desnudos de las muchachas y los pintaba de rojo primero, luego de
naranja y amarillo y por último de blanco. Muy poco después, , los rayos de la
gran luminaria llegaban hasta el fondo del recinto atravesando el largo
corredor como si se tratara de un falo invasor y fecundador que socavaba la
tierra.
La ceremonia fue emotiva. Todas las mujeres
enarbolaban sonrisas en sus labios. No importaba nada su edad, el color de la
piel o el poblado de donde procedían. El astro Rey las había bendecido con su
energía. Ahora las criaturas que llevaban en sus vientres crecerían sanas protegidas
de los malignos designios del frío y de las fiebres. Las bocinas volvieron a
sonar cuando la gran luminaria ocupaba lo más alto en el firmamento y las
sombras quedaban reducidas a la mínima expresión.
Las sombras de los grandes pájaros, sobrevolando una
y otra vez el lugar de la muerte despertaban recelos e inquietudes entre los
peregrinos. El miedo empezó a apoderase poco a poco de las mujeres que corrían
con los niños de la mano a esconderse en sus frágiles cabañas.
La comitiva había abandonado el recinto y los druidas
se aprestaban a la ceremonia del encuentro con los ancestros. Algunas plantas
mágicas maceradas en agua liberaban un jugo que les abría a la sabiduría, al
diálogo con su interior donde miles de luces y de imágenes inquietantes
bailaban de forma continua. Luego las voces del ayer, los recuerdos de viajes,
de seres y monstruos inabarcables les dictarían el ciclo de la vida y de la
muerte y el saber qué hacer y qué decidir.
Los grandes jefes apresuraban el paso, tenían que
reunirse urgentemente y hablar de lo sucedido. Ya no podía ser tema prioritario
de conversación o discusión la amplitud de las cosechas o de la caza o el
número de hijos que el gran astro había premiado a cada poblado desde la
ceremonia anterior. Nada de lo tristemente sucedido tenía sentido y menos en
aquel día tan esperado y respetado.
Ensartados en palos, sobre grandes rescoldos se
asaban despacio jabalíes y ciervos para alimentar a la muchedumbre que allí se
apostaba. Los días anteriores habían sido propicios para la caza. Era como si
los dioses cerraran el ciclo de la vida y para ello demandaran la muerte de los
más débiles. Comieron con ansia. El viaje desde la gran extensión de agua salada,
pleno de miedo y violencia, había sido agotador sembrando sus almas de
incertidumbre y llenando sus corazones de asombro.
25 de Octubre de 2018. Madrid
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