Noche cerrada. En su mano un arco y un carcaj lleno de
flechas señalaban que algo era inminente. La espera había sido larga y llena de
vida y emociones. Una bandada de grandes rumiantes había aparecido a medio día
de la tribu y era impensable que aquel regalo de los seres del cielo se dejara escapar. Había demostrado su
puntería derribando, de sendos flechazos, a dos grandes machos que se
aprestaban a atacar. El azar también le había acercado hacia unos pequeños
caballos que le permitirían recorrer grandes distancias, buscando a su antigua
tribu.
Se asomó. Nadie por los alrededores, solo algunos aullidos
de la noche eran testigos de su vigilia. Se debatía ante la duda de quedarse o
marchar. Allí tenía un trato privilegiado, los miembros de la tribu le
respetaban y admiraban. El gran druida era mayor y no tardaría en morir, con lo
que él sería entonces otro gran druida que viviría para hacer más fácil la
vida.
Un sinfín de imágenes bailaron en su mente como lo hace el
fuego en las noches de verano. Sus amigos, las placas de hielo, la mujer con el
niño y el oso, aquella noche, su brazo, la caza..., su nueva compañera, el hijo
que se movía en su vientre. Una llamada poderosa rompía con aquellos sueños y
daba voces. El señor de los truenos le esperaba y con él quien sabe si algún
miembro antiguo de su tribu.
Salió despacio y cubrió las pezuñas del caballo con pieles.
Ni el ruido, ni la nieve frenarían su viaje. Debía moverse rápido y sin
descanso. Huía rápido en la dirección de las gemelas. Aquellas dos luminarias
de la noche que parecían hermanas, se movían en el firmamento despacio, pero se
movían. Su padre ya le habló de aquello y que era preferible buscar una mancha
blanca en el cielo donde miles de luces abrían sus fuegos para mantener alejada
la oscuridad y el miedo.
Está claro que por muy bien que uno se sienta fuera de casa, como el hogar donde uno ha sido feliz no hay nada.
ResponderEliminarEste personaje quiere regresar, ya veremos cómo lo consigue.
Besos.