Éxodo 3. El rapto y
el brujo
La noche llegó rápida. Un desfiladero abierto entre montañas
había alejado a los que yendo en cabeza habían sorteado a los crujidos del
hielo, al agua helada, al desequilibrio y al gran padre enfurecido. Grandes
fogatas iluminaban ojos asustados que derramaban dolor y miedo. Muchos se abrazaban
y unos pocos roían, junto al fuego, pequeñas raíces y restos quemados de tripas
de compañeros que acababan de morir. ¡El hambre no tenía escusas! Se diría que
el caos había sido total, más de 40 de ellos debían navegar sin destino sobre
los témpanos rogando al dios de la
oscuridad que el sol amaneciera pronto. ¡El silencio era cómplice, la noche
amante de lo desconocido!
Amanecían los primeros rayos,
cuando despertó. Una sombra sigilosa se movía a su espalda. Casi imperceptible
llegaba a sus oídos un respirar acelerado y el tambor de su corazón que
palpitaba intensamente. Su mujer y su hijo dormían profundamente, alguien
rebuscaba entre los sacos de las plantas mágicas. Se movió imitando que dormía
y una breve rendija entre sus párpados dejó llegar a sus retinas la silueta de
dos figuras que le eran desconocidas. Movió bajo las pieles su mano muy
despacio, buscando encontrar su cuchillo de hueso. Una piedra enorme aplastó su
brazo con un ruido seco, mientras que una mano fuerte y astuta tapaba su boca
evitando que su grito de dolor despertara a los durmientes y un cuchillo
enrojecía su hoja con algunas gotas que brotaban de su cuello. Tiraron de él en
silencio y vio que de la fogata quedaban rescoldos; veinte hombres se apostaban
junto al desfiladero dando seguridad a los dos que arriesgaban con su vida el
rapto del chamán. Se alejaron rápido hacia donde la luz era ya realidad.
Montaban unas bestias veloces, pequeñas y menos corpulentas, pero similares que
los caballos que perdieron en la travesía hacia el sur y que le recordaron unas
pinturas de las cuevas que de niño visitara con su padre, cuando aquel le
iniciara en la aventura de cazar y de aprender a comer y guardar comida para
las épocas de escasez.
La cueva le abrió la puerta del
recuerdo de varias estaciones atrás cuando abandonaron las tierras del norte.
Un guerrero se dirigió a él en una lengua de la que no entendió nada. Los
rasgos eran distintos de los suyos y muchos niños y mujeres, desde el otro lado
de la cueva, miraban fijamente esperando encontrar respuestas. Un hombre mayor,
pero aún vigoroso, portando un bastón y pieles teñidas se acercó y le habló en
diferentes lenguas y dialectos hasta que algunas palabras le parecieron
familiares. Su brazo enrojecido le dolía profundamente. Se llevó la mano a la
herida y le pareció tocar bajo la piel un trozo de hueso puntiagudo. La piedra
había aplastado sus huesos y algo dentro, roto, le impedía moverlo. Despacio,
cabizbajo, sin mirar, dirigió un saludo que muchos no entendieron, pero que
cambiaron la expresión del gran personaje. Un gesto imperceptible, seguido de
un movimiento rápido le dejó inconsciente.
Se tocó la cabeza con dificultad
y un bulto prominente y doloroso le recordó donde estaba y qué había ocurrido.
Habían pasado al menos dos días desde que los desconocidos le raptaran. No
entendía nada y no sabía por qué aún seguía vivo. Aquella parte de la cueva era
diferente. Grandes pinturas de caza y una gran piedra le informaron que se
encontraba en la estancia del druida o del gran jefe. Pero ¿por qué estaba allí
y gracias a qué ancestro protector permanecía vivo? El hombre mayor se sentó
cerca y le habló en una lengua antigua que de niño oyera al abuelo de su
maestro. Acercó un saco y cogió unas semillas de aspecto desconocido, pero de
olor familiar. Con maestría apretó una entre sus manos y movió los dedos hasta
obtener una papilla herbal que aplicó sobre la herida de su cabeza y del brazo.
Poco después, cuando una sensación de hormigueo llenaba sus sentidos apreció
que el brujo cogía su brazo entre las piernas y con fuerza dando un gran tirón
encajó los huesos rotos produciendo un dolor insoportable, que le dejó sin
sentido y transportó a las fronteras del reino de los vivos. Fiebres y duendes
de los sueños velaron por él durante una luna. Cuando volvió a la vida se
encontró solo, junto a una hoguera que daba calidez a aquel reducto donde se
encontraba. Las sombras del fuego movían a los bisontes y ciervos del techo de
la cueva, que parecía corrían asustados por las llamas de la hoguera. Recordó a
su tribu y se preguntó qué sería de ellos ¡Tenía que hablar con el gran brujo
cuanto antes!
La Luna brillaba completa sobre
un charco medio helado, cuando el brujo entró en la tienda. Una sonrisa se
dibujó en su cara, a la que el visitante respondió con otra. Portaba grandes
collares de semillas y huesos pintados que hacían majestuosa su presencia y su
figura. No había podido hablar con él desde que recolocara sus huesos. Movía
sus manos intentando hacer imágenes y su boca emitía palabras simples que definían
sus imágenes. El brujo se dirigió a él en la misma jerga, antes de que le
golpeara y perdiera el sentido. Despacio fueron revisando palabras hasta que
entendió que la vida estaba en él gracias a la protección del druida, porque
aquel ser importante había rápidamente sabido que él era también un chamán. Con
los dedos le explicó su camino y el de su tribu hacia el sur buscando un nuevo
nicho, el ataque del gran oso en el témpano, su papel tan necesario para
proteger y guiar a los suyos, y que su encuentro había sido fortuito y lejano a
la idea de invadir, competir, luchar, ocupar sus tierras y robar ganado.
Él no tenía nada que ofrecer sino
agradecimiento y conocimiento. Ya al rato intercambiaban palabras sobre plantas
y remedios. La noche se había hecho corta y el sueño había vencido al fuego y a
las palabras. Ambos dormían plácidamente cuando un gran guerrero entró en la
estancia y a voces despertó al mago y alertó a todos de que la mañana ya
levantaba. Le pareció por sus gestos, señas y caras que un gran rebaño de
animales fornidos y con cuernos se encontraba a dos jornadas del poblado. Todos
tendrían que preparar la cacería y el mago requería de sus conocimientos y
ayuda para orientar a la tribu sobre cuándo actuar y cómo. El panorama había
cambiado rápidamente, de enemigo a necesario. Pero él seguía pensando en los
suyos, en su hembra que tiempos atrás hiciera más dulce la oscuridad en el
silencio de las noches.
Estupenda recreación de la vida antes de la Historia. El lector se siente espectador de primera fila en un escenario bien descrito.
ResponderEliminarBesos.