Éxodo 4. El camino es
casi eterno
La brisa helada de la mañana se colaba desde el exterior,
haciendo insuficiente el abrigo con las pieles y la hoguera y golpeaba sus
mejillas y sus glúteos mientras hacía el amor con su nueva compañera. Una
ráfaga de sensaciones alejó su mente del momento y aminoró sus ímpetus. Hacía
ya muchas lunas y habían pasado tantas estaciones que ya superaban el número de
los dedos de sus manos y sus pies desde que fuera raptado aquella noche
pavorosa y se integrara en aquella su nuevo clan. Sus conocimientos sobre
plantas y remedios le habían supuesto la admiración de todos y el reconocimiento
y la amistad estrecha con Hug. Ambos constituían un tándem fantástico; se
complementaban y asesoraban en tiempos de abundancia y carestía. Parecía como
si se conocieran desde niños. Incluso una de sus hijas, la mayor, Agua de Risa,
calentaba sus noches y hacía fuerte su sentimiento de hombre y de nuevo miembro
de la tribu. Su compañera lo besó en la boca y se entregó totalmente a él, la
noche se volvió íntima y ruidosa.
Los dos yacían dormidos junto a la hoguera. De pronto un
vacío enorme llenó su alma. El recuerdo de los suyos y de su antigua compañera,
que llevaba en su seno un hijo, erizó su cuerpo. Agua de Risa tomó su mano y la
colocó sobre su vientre. Un movimiento brusco en el interior de las entrañas,
hizo que retirara bruscamente la mano ante la respuesta de la vida. Recordó el
viaje sobre el hielo y muchos sinsabores y desgracias. ¿Dónde estarían ahora?
¿Habrían conseguido sobrevivir a las penurias de tanta desgracia?¿Qué sería del
Sur? ¿Existía realmente el Sur? Se levantó y dirigió hacia afuera de la cabaña.
Hacía frío y los días eran aún más cortos que las noches. Pronto llegarían los
animales poderosos de grandes cuernos que ayudarían con su piel, leche y carne
a hacer más llevadera la existencia durante los próximos meses. El llanto de un
recién nacido lo sacó del mundo de los sueños. Su madre le ofreció el pezón al
que se aferró con fuerza acallando sus reclamos.
La luz de la mañana no tardaría en irrumpir. Los matices
rojos inundarían el despertar de la naturaleza. Su pensamiento estaba en los
hielos y en algunos de los de su antigua tribu. Había tenido suerte y la suerte
tendría que ayudarlo a encontrarlos. Estaba resuelto, al llegar la primavera
saldría a la búsqueda de los compañeros de antes. Tenía que hablar con Hug y pedirle
ayuda y asesoramiento. Las palabras del gran druida sonaban con violencia en su
cerebro: “El camino es casi eterno.
No sois pájaros y necesitareis varias, muchas estaciones para que lo que
añoráis, lo que soñáis, abra vuestros ojos y os invite al descanso y al medro.
Mientras tanto vigilad, marchad día tras día hacia el sur. Cruzad muchos valles
y montañas y no desesperéis. La muerte es rápida, pero vosotros debéis serlo
más”
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