Si después de cada tormenta vienen tales calmas,
Ojalá los vientos soplen hasta que puedan despertar a la muerte
Otelo
Se ponía el sol. No era como
otras veces, eterno en mi retina, girando sobre sí mismo, efervescente,
diciendo limpio adiós a la luz y al día que allí morían. Una cortina de humo
dejaba un horizonte débil sin contrastes a la espera del milagro del día que
vendría. La luz débil llegaba a los pocos espectadores que se atrevían a mirar
el horror lejano de las llamas saqueadoras que brotaban junto al río haciendo
imposible la vida y mortal el respirar.
La silueta lejana insinuaba
demonios que acechaban, bucos que bailaban aquelarres sin dar la bienvenida a
la Luna llena, inciensos cenicientos que afligían dolores solitarios, lágrimas
inoportunas que informaban que aquello mataba, dejando en su impronta quemante
soledad y tristeza.
Salían de los pinares gritos
silenciosos de camaleones, de insectos y ancestros vegetales que huían sin
descanso hacia otro espanto. Moría la tarde, pero el fuego se erigía en luminaria
en un cielo sin estrellas, roja y amarilla ahora, con tonos azules y naranjas
antes, humeante y sofocante al momento.
Me quemaban las manos golpeando
imaginario el pavor distante. Mi boca escupía agua que no apagaba y sentía una
sed incansable que fenecía ante el calor y la iniquidad de quien atenta contra
su propia existencia.
El lenguaje del viento ya no
existe, habrá que esperar primaveras para que las hojas canten a las estrellas
que la brisa y el amor llegan para hacer atardeceres más brillantes.
El Portil, viendo las noticias sobre los incendios de Nerva,
de Moguer y del Algarve. Agosto de 2018
Un texto lleno de poesía para describir la lacra de los incendios; un escenario que se repite trágicamente todos los veranos y que parece no va a desaparecer nunca.
ResponderEliminarBesos.