Nota de autor. Llovía y Machado llamó a la
puerta de mis musas. Una historia brutal y triste brotó en primera instancia,
luego vino otro final algo distinto, como otras veces
Miraba por
la ventana. La tarde apuntaba monotonía de lluvia y soledad. Pegó su cara al
cristal como cuando niño.
....Monotonía
de lluvia tras los cristales… -pensó
….Una tarde
parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los
cristales……
Palabra por
palabra iban apareciendo las frases completas. ¡Sabe Dios en que compartimento
de su cerebro habían estado almacenadas. Salían a su existencia como si siempre
las hubieran tenido a mano! – se dijo.
Seguía
mirando por la ventana y recordaba y adivinaba escenas de colegiales.
…Y todo un
coro infantil va cantando la lección, mil veces ciento, cien mil, mil veces
mil, un millón…
Se imaginó a
un niño con gafas grandes y redondas, todo repelente, dando clases al mismísimo
Machado, a Cajal, a los más sabios. Soñaba con el niño-maestro haciendo cantar
a un coro de discípulos.
Ahora
diluviaba. “Cats and dogs” –pensó. Las
gotas de agua recordaban a pequeños garbanzos que dialogaban con los cristales
originado melodías inusitadas. Su imaginación corría veloz recordando como el
agua se deslizaba veloz calle abajo donde vivió años atrás, cuando niño.
…La b con la
e be, la c con la a ca, la m con la i mi,
…con timbre
sonoro y hueco truena el maestro, un anciano mal vestido, enjuto y seco, que
lleva un libro en la mano….
Escenas de
niños, poesías de siempre, la clase de religión, los mandamientos, la Historia
Sagrada, cruzaron por sus recuerdos. De nuevo Machado llamaba a su puerta
…En la
clase. En un cartel se representa a Caín fugitivo y muerto Abel junto a una
mancha de carmín….
Seguía
lloviendo. Su nariz y boca pegadas al cristal dejaban una huella de aliento que
ganaba intensidad para al momento apagarse y luego volver a aparecer. El ritmo
de la vida misma se adivinaba en la ventana.
Sonó el timbre y se hizo sordo pensando
en aquellos años de niño, de excursiones en las que por los caminos
encontraba huesos y piedrecitas, pequeños tesoros.
Volvió a oír
el timbre ¿Quién sería el inoportuno? Se imaginó que llevaba una quijada en la
mano y golpeaba al inoportuno hasta que el felpudo enrojecía.
…En la clase. En un cartel se
representa a Caín fugitivo y muerto Abel junto a una mancha de carmín….-recordó.
¡Qué horror, mira que con una quijada!
Machado le atacaba fuerte.
Ya casi en la puerta volvió a sonar el
timbre. La mirilla permitía ver sin ser visto. Una sombra difusa le informó que
alguien se escondía y que no quería ser visto. De nuevo los versos de Machado
…. mil veces ciento, cien mil, mil
veces mil, un millón… Le dolía el brazo sólo de imaginar cómo la quijada de Caín
destrozaba al timbre y luego al brazo del intruso.
¿Quién? ¿Quién es? El silencio por
respuesta. Un sudor frio hizo que tiritara y su mano derecha restregó fuerte su
brazo izquierdo para calentarlo. ¿Quién es? ¿Quién es? –repitió dando voces.
Se sintió abrumado y se autoconvenció
que nadie había llamado a su puerta. Cuando se retiraba a seguir mirando por la
ventana, el timbre llenó de alarmas su existencia.
No lo pensó dos veces y abrió la puerta dispuesto a eliminar
cualquier atisbo de vida.
Cincuenta centímetros debajo de sus ojos había
una niña que lloraba portando en sus brazos a su perrito moribundo que un coche
maldito había atropellado hacía solo breves momentos. Ambos chorreaban agua y
dolor.
Sorbiendo los mocos, la niña comentó con el alma encogida que
no conocía a nadie que pudiera ayudar a su perro excepto su profe, que por eso
estaba allí. El maestro de niños, doliéndole como nunca el corazón, mientras buscaba
el botiquín y contenía sus lágrimas, recitaba para sí… mil veces ciento, cien mil, mil veces mil, un millón.
No lo pensó dos veces y abrió la puerta dispuesto a morir
matando.
Delante veinte niños empapados miraban expectantes.
Felicidades gritó una niña que portaba una tarta enorme envuelta en un plástico
trasparente que invitaba a comérsela rápidamente. ¡Felicidades profe!-gritaron
a coro los demás niños. Con un nudo en la garganta y moviendo las manos, les
incitó a que entraran en la casa. Un reguero infantil corrió hacia el salón.
Uno de los niños se asomó a la ventana mientras que la lluvia seguía haciendo
su monotonía contra los cristales. El maestro se dirigió también hacia la
ventana y pegando su nariz al cristal, se le saltaron las lágrimas mientras
pensaba …. mil veces ciento, cien mil, mil
veces mil, un millón.
Los profesores, y perdóneme por autodenominarme así,
somos seres raros, enamoradizos de situaciones inusitadas, productos de
nuestras propias limitaciones que desembocan en los caos más incapacitantes frente
a los débiles o en los momentos más difíciles.
Yo soy de esas lectoras que quieren un final cerrado y claro, es decir, que el autor se moje y me diga cómo acaba una historia.
ResponderEliminarPor eso, este relato que me ha gustado mucho al inicio, se ha 'torcido' al final con esos dos finales alternativos.
No obstante hay muchos otros lectores a los que les gusta que les dejen elegir.
Enhorabuena por esa prosa tan cuidada y que es característica en ti.
Un beso.