domingo, 26 de febrero de 2017

Vida dando magia a la vida (IV)

El camino de vuelta a casa

El reducto de los brujos quedaba ya a media jornada cuando la gran luminaria apuntaba por poniente que no llegarían más allá de las colinas y que tendrían que buscar abrigo que los escondiera de los posibles acechos de la oscuridad. Los hatillos que portaban no eran pesados, pero si voluminosos y exigían concentración y pericia para portarlos evitando que su contenido pudiera deteriorarse.
Llevaban algo de grasa que facilitaría encender una hoguera que les calentara. Además ya habían visto correr algunos conejos y volar bajo a aves de cola larga. Y no les sería difícil asar uno al fuego. Jock desde que perdiera su mano había ejercitado con primor su extremidad opuesta y había llegado a ser un experto usando el tirapiedras para atontar, si no matar, a pequeños animales desde distancias mucho mayores a las que un brazo poderoso haría llegar.
Tras un largo caminar y atardeciendo, el disco luminoso se aprestó a reflejarse en charcos no lejanos a dos oquedades que parecían abrirse hacia el interior de la tierra. Aquellas dos bocas no eran fácilmente visibles desde lo lejos por la presencia de árboles que empezando la estación lluviosa daban unos frutos marrones por fuera y blanquecinos por dentro, que servían de comida a ciervos, a cochinos de largos y curvos dientes y a pequeños animales de colas amplias de largos pelos.
Cuesta arriba pisaron los charcos de colores rojizos que se extendían en las pequeñas explanadas haciéndolos pedazos y levantando pequeñas olas de luz violáceas y anaranjadas. Se diría que apestaba a humedad y silencio, como si alguien al acecho estuviera alerta y fuera capaz de todo y de nada.
Dentro olía a rancio, a cueva no usada desde hacía muchas estaciones. Con pelusas de animales que encontraron enganchadas en la retama improvisaron una antorcha. Un palo y grasa de animales hicieron el resto. Tras un buen rato, Jock consiguió encender la hoguera salvadora. Había perdido rapidez generando fuego, pero su muñón apretaba seguro contra su mano derecha el palito que vertiginoso iba y venía girando sobre la tablilla y la yesca, consiguiendo siempre prender una llamita que crecía con ayuda de soplidos entrecortados y potentes, pequeñas ramitas, palos y más grasa. Buscó entre los sacos y escogió unas hojas y ramas. Las olisqueó y dio a valorar a Gam. Ambos asintieron y prepararon brevemente el fondo del escondrijo para pasar la noche.
Aullidos de lobos sonaron en la distancia. Junto a un charco dos ciervos, un cervatillo y pequeños roedores bebían vigilantes la llegada de predadores con orejas puntiagudas y dientes poderosos. Preparó su tira-piedras y seleccionó con una mirada tres piedras del tamaño de huevos grandes. Un silbido corto se estrelló contra un animal de rabo largo que se deslizaba lento hacia los bebedores y ya presto al ataque por sorpresa. Una segunda pedrada lo volteó a corta distancia del borde de uno de los grandes charcos.
Se había interpuesto a los designios de la naturaleza, rompiendo el equilibrio vida-muerte en aquellas tierras silenciosas. Un escalofrío corrió por su espalda, los ancestros del cazador no pararían hasta darle a él caza -pensó. Bueno estaría vigilante. Si había escapado a un “Gran padre” ¿cómo no lo haría ante las pequeñas amenazas de aquellos pequeños ancestros? Los ciervos y los otros animales se alejaron cuando a lo lejos la luna encendió la silueta de Jock en un fondo de cielo apagado tras el atardecer.
Con un palo movió el cuerpo del depredador y observó que de su boca pendía un hilo de líquido rojo que le recordó al que había visto brotar muchas veces en cacerías o cuando las agujas de algunas plantas cortaban o pinchaban su piel. Aquel líquido debía ser, el vínculo con la vida, no cabía duda que cuando brotaba con fuerza avisaba de que la vida cambiaba de morada. Tendría que hablar con Gam de aquello y tratarlo en el próximo encuentro de brujos, -pensó.
Arrastró el cuerpo al interior del escondrijo y con destreza separó la piel. Aquella pieza no era pequeña y serviría su piel para abrigar a su hijo cuando vinieran las nieves y los fríos. Una mirada al firmamento le sacó de su ensueño. La gran luminaria de la noche brillaba con fuerza rodeada de halos de colores que hacían entre ver tiempos difíciles para todos. En los charcos se creaban oleadas de luces suaves que se movían agrandando y achicando la boca negra de la cueva, con la brisa de la noche. Comieron despacio saboreando el regalo de la naturaleza y pensando que tal vez el destino los llevaría de nuevo rápido hacia su tribu, hacia sus compañeros y hacia su hijo.
La mañana levantó brumosa. Nubes bajas hacían difícil ver nada más allá de los charcos. Recordó la escena de caza y se sorprendió una vez más de su puntería. El “Gran Padre” que segó su antebrazo había abierto caminos insospechados e increíbles en su existencia. Gam se acurrucó un poco, tapándose con algunas pieles y ramas, para huir de la humedad del amanecer. Jock la besó con cariño y le acercó un poco de agua limpia y algunas semillas. Al poco rato el sol cortaba a lo lejos las nubes e iluminaba nuevas montañas y valles, a dos soles de camino. Manadas de grandes búfalos rumiaban a lo lejos; el color brillante de la hierba, salpicada por flores violáceas mojadas por rocío, creaba una atmósfera insuperable.
Corrieron en su camino casi tan rápido como el gran espíritu de la luz, del calor y de la vida. Se diría que a lo lejos, pequeñas siluetas trazaban caminos de tibieza y lugar seguro. Nada explicaba aquella sensación angustiosa, aquella llamada desde su interior, que desde hacía media luna martirizaba su existencia y raptaba sus sueños por las noches produciéndole dolores insoportables –pensó Gam.
La llegada a la cueva fue todo un acontecimiento. Los vigías los habían avistado hacía rato y la gran matriarca reunió a todos, junto a una hoguera que manos no muy expertas habían encendido para recibir a Gam y Jock. Despacio, con movimientos y palabras ceremoniosas hablaron de su viaje. Muchas cosas quedaron en el secreto de los brujos y de los atardeceres. La sola visión de las pieles llenas de extrañas plantas era tranquilizadora para todos, menos para la pareja, que sabían que las plantas eran necesarias sobre todo en momentos difíciles, cuando la vida, cuando los espíritus se inquietaban ante la soledad extrema, pero que también raptaban a los seres queridos infundiéndoles el sueño eterno. 

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