Un encuentro de brujos y una premonición
Rozando la noche más calurosa y
corta de la estación seca se habían reunido con otros jefes de otras tribus, a
varias jornadas de distancia de su amada cueva. En ella, su hijo, había quedado
al amparo de otras mujeres que a su vez cuidarían de sus propios hijos.
Entre los brujos y chamanes
existía respeto y se evitaba cualquier mención a tabúes y zonas de caza; sin
embargo, era preceptivo hablar de los ritos ancestrales y de los remedios que
se acuñaban durante tales ceremonias. Solo algunas mujeres tenían acceso a
aquellas reuniones, entre ellas destacaba la gran matriarca que conociera el
terremoto devastador de cuatro generaciones atrás y aquella mujer cuya fama
había llegado hasta donde el agua sabía salada, por su vigor, arrojo y
sabiduría evitando la pérdida del líquido rojo de la vida de Jock.
Druidas, chamanes y brujos
portaban en sus grandes sacos otros más pequeños con plantas, hojas secas,
raíces, vejigas de animales llenas de grasa en donde se mezclaban hojas
pulverizadas durante días por el golpear y rozar de piedras. Desde aquella
planta cuya raíz recordaba a un homúnculo, a un ser vivo, cuyo nombre se
evitaba nombrar, hasta el alucinógeno de los magos de las montañas, que
parasitaba a grandes árboles chupando el líquido que los mantenía vivos, todo
era magia. Aquel, mostró una seta roja rodeada de musgo verde, para que no
perdiera sus propiedades alucinógenas. Otro enseñó un vegetal que recordaba un falo
maloliente y que aseguraba potencia eterna. La matriarca mostraba la planta de
grandes hojas y flores blanquecinas que cambiaba el aspecto de sus ojos
haciendo borrosa la visión. Algunos brujos exponían y mordían con cuidado
cuernecillos negros adosados a espigas que producían extrañas sensaciones. La
mayoría enseñaba y hablaba de plantas y frutos que exudaban líquidos
blanquecinos que apagaban el dolor. Otros apretaban entre sus dedos bolitas
violáceas cuyo jugo amargo-oleoso ayudaba a mantener la piel joven. Uno con tez
morena y aspecto y formas distantes revelaba unas raíces que recordaban a los
seres reptantes cuya picadura apagaba la vida, y aseguraba que curaban la
demencia de los mayores. El más fuerte mostró raíces, como palos, cuyo jugo al
mascarlas dejaba un sabor dulce. Por último no faltaban las plantas que llamaban
al sueño y los frutos verdes que crecían cada dos años, cuyo jugo al tragarlo
producía la muerte física. Pero la más reclamada de todas las plantas fue la
que salvó a Jock de morir. Gam la mostró con sigilo y misterio. Todos creyeron
reconocer a esa planta verde que al tocarla producía gran escozor. Ahora estaba
seca, incluida en una masa blanquecina, en el interior de unos recipientes de
piedra pulidas por el roce de otras piedras que servían para obtener puntas de
flechas, cuchillas para separar pieles. Todos la tocaron, y llevaron a la punta
de la lengua para tener una impronta generosa de la misma; algunos se hacían
cortes en los brazos para comprobar los efectos milagrosos de la misma. Jock
también habló de una piedra que mantenida en agua junto al hogar, donde se
cocían animalillos y plantas, tenía la virtud de maniatar el veneno de la
mordedura de los seres que horadaban la tierra y se movían deslizándose. Nadie
le creyó, excepto Gam.
Por la noche, el firmamento
sorprendía por su cuajar de estrellas. Una gran hoguera incitaba a bailar y
beber brebajes que elevaban el espíritu más allá de las luces colgadas en la
oscuridad del cielo. Plantas que daban olor y crepitaban hacían el momento más
intenso. Algunos pintaban sus rostros con jugos de plantas, pareciendo aún más
brujos. Se diría que otros volaban montados sobre ramas de retamas hacia cielos
imaginarios donde se harían eternos.
Gam y Jock se perdieron por el
bosque buscando engendrar nueva vida. La noche se hizo mágica en aquel
encuentro; lechuzas y grillos armonizaban sus éxtasis y desgarros. La mañana se
presentó pronto mientras muchos dormían junto a los rescoldos. De nuevo
historias, encuentros, secretos y nuevos repartos de plantas y conocimiento
llenaron su existencia durante dos jornadas.
El tercer día muchos hablaron de
un lago gigantesco a cuyas orillas crecían plantas y había caracolas. Plantas
que almacenaban en sus raíces ese sabor salado que necesitaban chupar para no
morir como cuando falta el agua. Aquel gran lago no estaba lejos, bastaba cruzar aquellos
montes y desde arriba se vislumbraba una enorme extensión de agua que incitaba
a pensar que el mundo seguro terminaba donde ellos estaban. Recogieron muchas
plantas algunas que flotaban en el agua de color marrón, otras verdosas, otras
rojizas. Todas eran raras, algunas resbaladizas y muy llamativas recordando
aquellas plantas que crecen en los bosques y que nadie aun sabe de sus
propiedades. Regresaron al lugar de reunión y volvieron a intercambiar
experiencias y sueños.
Una sensación extraña recorrió el
cuerpo de Gam, bien temprano. El ser del firmamento que daba calor todos los
días, empezaba a dar también luz rompiendo tinieblas y parecía hablarles,
contarles una historia desde muy lejos. Alguien los llamaba y no sabía por qué.
Temió que los señores de la noche hubieran raptado la semilla que ya crecía en
su interior y besó a Jock. No fue necesario nada más, sin despedirse cogieron
sus pieles llenas de nuevos misterios y se encaminaron deprisa, de vuelta,
hacia su tribu.
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