La noche cruel
Una sensación
extraña movió su cuerpo. Nunca había vivido algo equivalente. Su cuerpo había
sentido un traqueteo corto que le recordó los juegos de niños a guardar
equilibrio sobre grandes piedras que otros chicos empujaban y tiraban hacia sí.
Recordó especialmente aquel viaje con su padre a un campo de rocas de formas
caprichosas. Jugaban y saltaban y debían moverse sobre una gran piedra vertical
que se apoyaba de forma inestable sobre otras. Enseguida recordó las palabras de la gran matriarca cuando
hablaba del gran movimiento de tierra que asoló su tribu y del horror que había
vivido hacía varias generaciones. Luego se tranquilizó, había sido tan corto
que excepto para él había pasado desapercibido. Todos dormían.
Los restos
incandescentes de la hoguera del interior de la cueva dejaban entrever que
algunas semillas que un momento antes estaban amontonadas, se encontraban
desperdigadas por el suelo, junto al hogar, como a veces ocurría cuando los
niños jugaban corriendo por aquella zona de la cueva. Dormitó un poco, pero bruscamente
se levantó. El creía haber oído, cuando su cuerpo se desplazaba ligeramente de
un lado a otro, un ruido seco más allá del fondo de la gruta y le movió la
curiosidad. Cogió una antorcha apagada y la encendió con uno de los rescoldos
de la hoguera. Justo en la zona izquierda de la gruta, detrás de los
recipientes de agua, se había abierto una grieta que bajaba del techo hasta
como a dos brazos del suelo. Con su cuchillo y unos palos desprendió fácilmente
unos trozos de pared hasta que un agujero del tamaño de una cabeza permitió
meter la antorcha y atisbar desde la otra parte de la grieta. Era una cueva
inmensa con un pequeño lago interior. En el centro una columna gigantesca parecía
sostener toda la cueva interior. Junto a ella un riachuelo traía agua y se
colaba por un agujero hacia las entrañas de la cueva. No obstante, cerca de la
pared donde él estaba adivinó grandes rocas desprendidas por doquier y agua
retenida que no filtraba hacia el agujero y que empezaba a crear grandes
charcos. Gam y algunos curiosos, despertados por el ruido y la luz se acercaron
a Jock y ayudaron a agrandar el agujero, iluminado con otras antorchas el
espacio ignoto de la caverna recién descubierta.
La tribu
andaba algo revuelta y un tanto inquieta. En la ausencia de los dos brujos se
había visto a menos de una jornada de camino a otros seres, que como ellos se
movían y corrían sobre dos extremidades. Aquellos eran más corpulentos. Los
vigías describieron cómo después del ataque de un “Gran Padre”, los dos que
sobrevivieron en la lucha terminaron comiéndose al que falleció entes de que en
el firmamento apareciera la gran luminaria de la noche. Jock pensó para sí que
entre cazadores y guerreros era común presumir de actos y exagerar contando
historias para hacer lo más patente posible poder y jerarquía. No obstante era
evidente que deberían estar alerta ya que según había oído raras veces se
comportaban aquellos seres de forma amigable.
Aquella noche
la tribu se había reunido junto a la gran hoguera, cerca de la boca de la
cueva. Olía a humedad y algo de agua filtraba desde la caverna interior hacia
el interior de la cueva. Fuera la temperatura de la noche permitía gozar de un
firmamento sin luna plagado de pequeños puntos luminosos que se agrupaban
formando miles de imágenes imaginarias. Muchos niños dormían en brazos de sus
madres y nodrizas. Tres piedras silbantes derrumbaron a sendos guerreros,
mientras un palo de caza atravesaba la cabeza de otro después de haber entrado
por su ojo izquierdo. Jock sacó su cuchillo de mango de hueso y preparó su
tirapiedras, pero no sabía de donde procedía el ataque ni quien había realizado
tan execrable acto. Los señores de la noche y sus ancestros debían estar
profundamente furiosos tras el atentado brutal contra la tribu.
El caos era
total, mujeres y niños corrían por doquier, muchos por el interior de la cueva,
otros intentando esconderse en la gran caverna que se abría llena de agua, al
fondo izquierdo de la cueva. La lucha levantaba charcos de humores. Un gigantón
se enfrentaba a Jock que con un movimiento veloz y seco cortó los testículos de
aquel que se aprestaba a aplastarle la cabeza con una piedra. Un chorro de
sangre salpicó su cara, mientras que de una brecha de su cabeza brotaba con
fuerza más sangre, mientras su enemigo se retorcía de dolor e impotencia. Las
mujeres en grupos rodeaban a otros atacantes y los golpeaban con palos
ardientes, mientras que alguna de ellas perdía la vida ante el ataque de
aquellos monstruos. Nadie podía imaginar el móvil de aquella acción tan sin
sentido.
Las luces del
día entraban solapadamente en la gruta. Había sido una noche cruel. Ninguno de
los atacantes había sobrevivido, pero la masacre se había sentido en la cueva.
Su cabeza daba vueltas y el dolor era tan intenso que invadía todo su cuerpo, parecía que su muñón era ahora más corto y sangraba. Tendría que
tomar el extracto de la corteza de los árboles cuyas ramas largas parecían un
llanto a la naturaleza y embadurnarlo con las hojas que tiempo atrás le
salvaron la vida.
Un gran
estrépito se abrió bajo sus pies. El suelo se movía con traqueteo imparable
haciendo aún si cabe más angustioso el momento. Gam abrazaba protegiendo a su
hijo sin saber bien hacia dónde ir. Parecía que el temblor no tenía fin. Parte
de la entrada se desplomó haciendo más estrecha la salida de la cueva mientras
la grieta del fondo se abría vertiginosamente y estallaba desgajando gran parte
de la pared. Una avalancha de agua barrió la cueva arrastrando enseres, palos,
piedras, instrumentos de caza, personas y animales. Gam y su hijo fueron
arrastrados con fuerza bien lejos de la cueva y sus cuerpos quedaron
inconscientes junto a los cadáveres de dos Neandertales. Una de las matriarcas
había perdido la mandíbula inferior y su cara parecía la de un ser monstruoso
de las historias de los guerreros. El agua teñida de rojo regaba el valle y se
mezclaba con el verde esmeralda de los prados y el violeta de las flores
creando una imagen de los días finales de la estación húmeda. Un brazo asomaba
entre el barro y algunas mujeres ya cadáveres tenían el pecho ensangrentado por
la pérdida de los pezones. Todo era dolor y muerte. Solo Jock intentaba
mantenerse firme y aguantaba las lágrimas para dar fortaleza a sus compañeros supervivientes.
Buscó sus hatillos en los que guardaba celosamente las plantas medicinales,
pero sólo encontró uno. Dentro una vejiga de ciervo llena de grasa y restos de
plantas permanecían intacta. Aquí y allá se oían lamentos. Aplicó su remedio
salvador sobre las heridas abiertas de unos. A otros moribundos con heridas
abiertas por donde se salían las tripas y los huesos les dio el jugo de la
muerte. Buscó desesperadamente por la cueva y empezó a palidecer y creyó que
nada le devolvería a sus dos seres más queridos.
La gran
luminaria del día lucía en lo alto potente. Casi por azar adivinó unos bultos
allá a lo lejos. Gam permanecía hundida en el barro y sólo parte de su cara
ayudaba a mantener fuera de peligro a su hijo. La dureza del momento no
superaba ni a las catástrofes mayores que habían puesto en peligro la
supervivencia de la tribu durante muchas, muchas lunas.
Con la ayuda
de una de las mujeres y un tullido levantó la cabeza medio sumergida de Gam,
mientras que otra limpiaba y besaba al niño que empezaba a llorar. Abrió su
boca y retiró restos de barro. Luego se dirigió a Gam y abriendo su boca la
limpió cuidadosamente con agua que alcanzó de un charco. Dos tapones de barro
escurrieron de las ventanas nasales de la mujer. Introdujo en su boca pequeños
fragmentos de flores alargadas como dedos, de color malva-rojizas junto con un
poco de agua que fortalecería su corazón que aun latía. Mientras el tamaño de
su vientre señalaba que otra vida se abría camino.
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