El poder de la magia
Desde hacía varias lunas la tribu
se esforzaba para que la nueva cueva estuviera lista para la fiesta del
equinoccio. Todos deseaban que llegara esa fecha a partir de la cual los días durarían más y la tierra brillaba con todo su esplendor. En ella se invocaba a los
ancestros en los ritos más inverosímiles.
Habían pasado muchas estaciones
desde que Jock perdiera su mano y parte del brazo en la lucha con un “Gran Padre”.
Ahora todo era diferente. En la benevolencia de las cosechas y del cielo, la
tribu había duplicado su población. Ya casi nadie recordaba la época de
escasez, la tormenta de fuego, la lucha por la supervivencia. A pesar del
esfuerzo de Jock y Gam, había sido imposible ampliar algunas galerías de la
antigua gruta. Aguas subterráneas, ya crecidas y casi a flor de suelo, hacían
imposible la vida en la zona que miraba al norte de la misma. Además, allí jamás
llegaba ni el más mínimo rayo de sol, aspecto que incrementaba aún más la
sensación de frío, mientras que la falta de ventilación impedía abrir y
mantener en funcionamiento otro hogar.
Con destreza su muñón sabía
retener contra su cuerpo cualquier cosa, desde comidas a ramas, pasando por
piedras y hojas para el ritual de la estación que hacía menguar las noches
coincidiendo con las nieves y los fríos. En las lunas que siguieron a la gran
lucha, la pareja había reactivado el contacto con la naturaleza y con ellos
mismos, se diría que habían crecido en el conocimiento sobre nuevos remedios
para el cuerpo y para el alma y su sabiduría había medrado como el niño que lo
sacara del sueño de la muerte.
Llovía a cántaros. Desde hacía
jornadas el agua no paraba de caer, y parecía que todos los hechiceros del
cielo se habían puesto de acuerdo para ahogar a los seres infelices de la
tierra. Poco a poco la temporada de lluvia fue amainando. Las luces de la aurora
empezaban a llenarlo todo. Había llovido torrencialmente y grandes lagunas se
extendían enfrente de los pobladores de aquellas cavernas. Los niños no habían
visto nunca tanta agua y por tanto no estaban acostumbrados a que los dejaran
jugar y chapotear. Pero hacía calor y la gran matriarca consideró que era una
buena oportunidad para que aprendieran a sumergirse en el agua hasta la altura
de la cabeza, y a permanecer dentro de la misma sin que ello implicara
auténtico peligro. También aprenderían a deslizarse en la orilla de las enormes
charcas sobre la arcilla resbalosa y a guardar el equilibrio. Era sin duda un
buen ejercicio de iniciación a la caza, ya que muchos de los guerreros y
cazadores debían acercarse a los ríos y los lagos para cazar aves y animales e
incluso coger peces que se acercaban curiosos a las orillas de los mismos. Por
las noches algunos animales pequeños abrevaban en las lagunas, pero ningún
“Gran Padre” osaba acercarse y beber agua de ellas, dada la cercanía con la
cueva y los posibles cazadores.
Durante muchas jornadas los niños
jugaron en las lagunas, cuyo nivel de agua menguaba de forma relevante cada
Luna. El agua se mezclaba con la arcilla que cubría los cuerpos de los niños,
dándoles un color rojizo y frenando el ataque de los parásitos. Los niños
hacían bolas con la arcilla y se disparaban proyectiles con las manos durante
largos periodos. Algunos impactaban en la cara y el pecho haciendo reír y
desternillarse a muchos de ellos y de los mayores que los contemplaban.
Dos de los más traviesos corrían
uno tras otro embadurnándose de arcilla. El mayor persiguió veloz al pequeño
con barro en las manos hacia las proximidades de la entrada de la gruta junto a
la boca de la nueva cueva y lo acorraló junto a un hueco amplio no muy profundo
cuyo techo en curva lo protegía de las inclemencias del día y de la noche. Tras
un movimiento esquivo por parte del pequeño, el niño mayor plantó sus manos
embarradas en la pared, para seguir corriendo de nuevo tras el pequeñajo.
Días después Gam observó
boquiabierta la imagen rojiza sobre una zona algo más blanquecina de la pared y
pensó que los espíritus enseñaban sus manos en señal de amistad por los juegos
y aprendizajes de los infantes. Gam vigilaba desde entonces las proximidades de
la cueva y el lodazal de las pequeñas charcas donde jugaban y se rebozaban los
pequeños. La misma pelea, el mismo juego, carreras similares dieron lugar a que
nuevas manos quedaran impresas sobre algunas zonas de la pared.
Aquella noche Gam y Jock
comentaban y discutían sobre aquel objeto de la magia que sin querer los niños
habían poseído. Gam buscó arcilla roja limpia y casi seca y la mezcló con
diferentes grasas de animales y se la llevó a la boca masticándola e impregnándola
de saliva hasta obtener una pasta semilíquida. En un abrir y cerrar de ojos,
sin percatarse, pisó un poco de arcilla y resbaló mientras que su cabeza y boca
chocaban con gran estrépito contra la pared vertiendo y derramando la pasta
arcillosa alrededor de la mano que se apoyaba en la pared, mientras perdía el
conocimiento y se desplomaba. Jock al verla en el suelo temió por su salud y la
levantó en brazos y la llevó a la cueva, dejándola reposar sobre las pieles que
formaban su lecho.
Dos lunas después, ante la mirada
expectante de niños y mujeres mayores, Gam abría los ojos, sin recordar lo que
había sucedido, y preguntaba sobre la tribu y cuánto tiempo había estado
ausente. Varias lunas después la tribu celebraba en la nueva cueva que Gam era
de nuevo su Chamán y que los niños habían descubierto cómo entablar amistad con
los señores de la tierra y con el alma de sus ancestros.
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