martes, 14 de febrero de 2017

Vida dando magia a la vida (II)

El poder de la magia

Desde hacía varias lunas la tribu se esforzaba para que la nueva cueva estuviera lista para la fiesta del equinoccio. Todos deseaban que llegara esa fecha a partir de la cual los días durarían más y la tierra brillaba con todo su esplendor. En ella se invocaba a los ancestros en los ritos más inverosímiles.
Habían pasado muchas estaciones desde que Jock perdiera su mano y parte del brazo en la lucha con un “Gran Padre”. Ahora todo era diferente. En la benevolencia de las cosechas y del cielo, la tribu había duplicado su población. Ya casi nadie recordaba la época de escasez, la tormenta de fuego, la lucha por la supervivencia. A pesar del esfuerzo de Jock y Gam, había sido imposible ampliar algunas galerías de la antigua gruta. Aguas subterráneas, ya crecidas y casi a flor de suelo, hacían imposible la vida en la zona que miraba al norte de la misma. Además, allí jamás llegaba ni el más mínimo rayo de sol, aspecto que incrementaba aún más la sensación de frío, mientras que la falta de ventilación impedía abrir y mantener en funcionamiento otro hogar.
Con destreza su muñón sabía retener contra su cuerpo cualquier cosa, desde comidas a ramas, pasando por piedras y hojas para el ritual de la estación que hacía menguar las noches coincidiendo con las nieves y los fríos. En las lunas que siguieron a la gran lucha, la pareja había reactivado el contacto con la naturaleza y con ellos mismos, se diría que habían crecido en el conocimiento sobre nuevos remedios para el cuerpo y para el alma y su sabiduría había medrado como el niño que lo sacara del sueño de la muerte.
Llovía a cántaros. Desde hacía jornadas el agua no paraba de caer, y parecía que todos los hechiceros del cielo se habían puesto de acuerdo para ahogar a los seres infelices de la tierra. Poco a poco la temporada de lluvia fue amainando. Las luces de la aurora empezaban a llenarlo todo. Había llovido torrencialmente y grandes lagunas se extendían enfrente de los pobladores de aquellas cavernas. Los niños no habían visto nunca tanta agua y por tanto no estaban acostumbrados a que los dejaran jugar y chapotear. Pero hacía calor y la gran matriarca consideró que era una buena oportunidad para que aprendieran a sumergirse en el agua hasta la altura de la cabeza, y a permanecer dentro de la misma sin que ello implicara auténtico peligro. También aprenderían a deslizarse en la orilla de las enormes charcas sobre la arcilla resbalosa y a guardar el equilibrio. Era sin duda un buen ejercicio de iniciación a la caza, ya que muchos de los guerreros y cazadores debían acercarse a los ríos y los lagos para cazar aves y animales e incluso coger peces que se acercaban curiosos a las orillas de los mismos. Por las noches algunos animales pequeños abrevaban en las lagunas, pero ningún “Gran Padre” osaba acercarse y beber agua de ellas, dada la cercanía con la cueva y los posibles cazadores.
Durante muchas jornadas los niños jugaron en las lagunas, cuyo nivel de agua menguaba de forma relevante cada Luna. El agua se mezclaba con la arcilla que cubría los cuerpos de los niños, dándoles un color rojizo y frenando el ataque de los parásitos. Los niños hacían bolas con la arcilla y se disparaban proyectiles con las manos durante largos periodos. Algunos impactaban en la cara y el pecho haciendo reír y desternillarse a muchos de ellos y de los mayores que los contemplaban.
Dos de los más traviesos corrían uno tras otro embadurnándose de arcilla. El mayor persiguió veloz al pequeño con barro en las manos hacia las proximidades de la entrada de la gruta junto a la boca de la nueva cueva y lo acorraló junto a un hueco amplio no muy profundo cuyo techo en curva lo protegía de las inclemencias del día y de la noche. Tras un movimiento esquivo por parte del pequeño, el niño mayor plantó sus manos embarradas en la pared, para seguir corriendo de nuevo tras el pequeñajo.
Días después Gam observó boquiabierta la imagen rojiza sobre una zona algo más blanquecina de la pared y pensó que los espíritus enseñaban sus manos en señal de amistad por los juegos y aprendizajes de los infantes. Gam vigilaba desde entonces las proximidades de la cueva y el lodazal de las pequeñas charcas donde jugaban y se rebozaban los pequeños. La misma pelea, el mismo juego, carreras similares dieron lugar a que nuevas manos quedaran impresas sobre algunas zonas de la pared.
Aquella noche Gam y Jock comentaban y discutían sobre aquel objeto de la magia que sin querer los niños habían poseído. Gam buscó arcilla roja limpia y casi seca y la mezcló con diferentes grasas de animales y se la llevó a la boca masticándola e impregnándola de saliva hasta obtener una pasta semilíquida. En un abrir y cerrar de ojos, sin percatarse, pisó un poco de arcilla y resbaló mientras que su cabeza y boca chocaban con gran estrépito contra la pared vertiendo y derramando la pasta arcillosa alrededor de la mano que se apoyaba en la pared, mientras perdía el conocimiento y se desplomaba. Jock al verla en el suelo temió por su salud y la levantó en brazos y la llevó a la cueva, dejándola reposar sobre las pieles que formaban su lecho.

Dos lunas después, ante la mirada expectante de niños y mujeres mayores, Gam abría los ojos, sin recordar lo que había sucedido, y preguntaba sobre la tribu y cuánto tiempo había estado ausente. Varias lunas después la tribu celebraba en la nueva cueva que Gam era de nuevo su Chamán y que los niños habían descubierto cómo entablar amistad con los señores de la tierra y con el alma de sus ancestros. 

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