Ya vienen los Reyes Magos, Ya
vienen los Reyes Magos….
La música había sonado en su
cabeza desde bien entrada la madrugada y a ratos seguía sonando. Desde siempre,
por estas fechas le gustaban, le encantaban los Villancicos y era raro que no
desempolvara su guitarra y después de un ligero afine intentara recordar
aquellos canticos tan familiares y entrañables.
Paseaba por aquellas calles
bulliciosas plagadas de reclamos navideños, de Papás Noel y de gente
enloquecida que parecía no sonreír desde hacía años. Como muchos, miró su móvil
y adivinó que en la última hora le habían entrado 6 WhatsApps y 15 e-mails.
Tendría que sacar un rato para poder leerlos y contestarlos si hacía al caso.
Sin embargo el teléfono no sonaba como el año pasado, no sonaba como él
esperaba desde una semana. Uno de los mensajes lo remitía alguien que no estaba
registrado en su lista de contactos y tenía un número que le resultaba
desconocido.
Pasó frente a un escaparate que
le cautivó y aparecieron en su memoria muchos recuerdos de años atrás. ¿Cuál
había sido su juguete favorito? -Se preguntó.
No pudo resistirlo y aunque
llegaba tarde a una reunión entró en aquella tienda amigable y hasta familiar.
¡Anda, mi primer tren eléctrico!
– se dijo; aquel tenía los colores diferentes, menos vivos, pero la locomotora
era idéntica, dos bielas movían las ruedas y la fuerza de su motor parecía
evidente. Recordó que siempre le había gustado hacer probaturas ¿será capaz de
mover el vagón de carga con un peso de 5 kg? ¿Y si le pongo aquel florero? ¿y
si lo lleno de agua? –volvió a hacerse las mismas preguntas del pasado.
De pronto unas luces hicieron
girar su cabeza hacia otra estantería donde había pinochos, saltimbanquis,
ositos, algunas muñecas. No había tenido hermanas y por tanto las muñecas no
contaron nunca historias en susurros en aquella casa que su madre vestía de
punta en blanco mientras su padre montaba el Belén cada Navidad. ¿Cuántas
estrellas de papel de plata recortó y pegó, junto al Palacio de Herodes, sobre
aquel papel azul cielo, año tras año? –pensó.
Sus ojos se salieron de las
órbitas, el osito de su primera década estaba allí, el osito de sus sueños, de
sus miedos, de sus pesadillas. ¿Había querido a alguien más que a su osito?
Nadie como su osito sabía tanto de sus secretos y aventuras. No lo pudo
resistir, y se fue hacia la cajera de la tienda y ni preguntó por el precio.
¡Por favor, póngalo para regalo! -dijo.
Llevaba una sonrisa de oreja a
oreja cuando salió de la tienda. Caminaba de nuevo en el anonimato de aquellas
calles llenas de gentes, de luces rutilantes, de esperanzas entreabiertas.
¡Ya vienen los Reyes Magos,
caminito de Belén, Olé, olé, Holanda, que Holanda ya se ve! cantaban a lo lejos
unos chicos no demasiado bien afinados. ¿Sería aquel Villancico tan viejo que
ya lo cantaron los Tercios de Flandes? ¿Por qué Holanda? Allí cabía cualquier
palabra, pero Holanda rimaba bien con los olés previos. ¡Tengo que buscar en Internet,
en Google!- se dijo. Bueno llamaré a mi hermano, es una buena excusa para
desearle un feliz Año Nuevo y hablar con él; estas cosas siempre le gustaban y
disparaban su socarronería y empezaba a desvariar e inventar historias.
Sus Navidades en Holanda
aparecieron en su memoria al instante, mientras caminaba. Allí los Reyes Magos
no eran nada excepto entre familias católicas, pero ellos quedaban siempre ,
para todos los niños holandeses, eclipsados por San Nicolás que llegaba en la
noche del 5 de diciembre desde España, rodeado de negritos a los que los niños
llamaban Zuater Pits. ¿Pero
por qué tan pronto y tan lejos de la Navidad? ¡Otra cosa que tendría que buscar
y comentar con su hermano! se dijo.
Alguien se acercó y tirándole de
la manga del abrigo le obligó a reducir la marcha de sus pensamientos y de su
caminar. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie, ni a nada que pudiera
relacionar con aquel tirón de manga. Movió el brazo y observó que el paquete de
la tienda de juguetes estaba entreabierto y que una manita del osito se
adivinaba entre las dos rasgaduras del papel que lo envolvía. Lo asió con
fuerza y reemprendió la marcha, llegaba tarde a la reunión y no podía
entretenerse más.
Recordó de
pronto aquella aventura con su osito, cuando sin que su madre se diera cuenta
abrieron el garaje de la vieja casa y empezaron a escudriñar entre las
herramientas de su padre. Un martillo, unas tenazas, cientos de puntillas,
tornillos de todas clases, lápices, sierras, alambres, muchas cajitas de
colores donde se guardaban bombillitas, cables. Todo era mágico y servía para
fines inverosímiles. De pronto una sombra se movió en la oscuridad, unos ojos
fluorescentes aparecieron a unos metros de ellos. El osito se adelantó hacia
aquello que se le antojaba un ser un tanto extraño y desconocido y empezó a
hablar muy alto. ¡Oye tú! ¡Déjanos en paz, vete o únete a nuestra aventura! El
chico, él, se había quedado impresionado ¡Qué valiente su osito! ¡Él se había
medio escondido tras las herramientas sin saber cómo reaccionar y sin embargo
su osito lo había salvado!
Otro tirón de
manga y volvió a la realidad de la calle engalanada de fiesta y de bullicio.
Sonó el teléfono de nuevo, no era un mensaje, era una llamada y le pareció
reconocer los dígitos de antes, muchos números inconexos que no pertenecían a
ningún contacto conocido. Ahora no podía entretenerse, luego llamaría y vería
quién era- se comentó.
A lo lejos le
pareció adivinar una sombra familiar, pero aquello parecía una niña, mal
vestida y un tanto harapienta que portaba en su mano un viejo móvil. Se acercó
un poco a ella y mirándola contestó al teléfono que aún sonaba. Lo que era un
susurro sonó estridente en su oído ¡Por favor, dame tu osito! El hombre siguió
su camino, ahora de forma frenética. ¡Su osito! ¿Cómo era posible que alguien
le pidiera a su osito tan querido? Pero ¿Cómo narices sabía aquella niña que él
llevaba un osito en aquél paquete? ¿Y cómo además sabía que era su osito o uno
idéntico al que fuera su osito? Un cosquilleo difundió por su espalda, la
temperatura parecía que había bajado 10o de golpe, miles de pelos se
erizaron manifestando un miedo ancestral, de los que de niño solía tener a
veces. ¿Pero quién era esa niña? ¿Dónde estaba ahora?
¡Horror! Había
olvidado la reunión con todo aquel jaleo, ya no llegaba puntual ni corriendo y
eso que se encontraba solo a dos manzanas de distancia –se dijo.
En un
hipermercado próximo se aprestaba la gente para disfrutar de un espectáculo en
el que la música, unos muñecos mecánicos y la ilusión de los niños jugaban un
papel central, si no el único. Sonaron las trompetas y en el escenario, de una
nube que se abrió en dos, salió una manada de patitos persiguiendo a mamá pato,
todos en color amarillo brillante. Unos ojos volvieron a brillar en la
distancia, mientras el móvil ahora en silencio, empezaba a vibrar. Las
marionetas en el escenario portaban panderetas, guitarras, triángulos y
zambombas y empezaron a cantar ¡Ya vienen los Reyes Magos, ya vienen los Reyes
Magos! Una gota de sudor frío cruzó su frente y frenó sobre una de sus cejas,
cuando de nuevo una voz infantil le pedía dulcemente ¡Por favor, dame tu osito!
El paquete resbaló despacio de su mano y cayó al suelo. Temblando se agachó
para recogerlo, cuando se encontró con la sonrisa deslumbrante de la niña y
unos ojos llenos de luz que decían gracias señor.
Aquella noche
el silencio se hizo profundo entre la multitud, cuando regresaba a casa, con la
mirada perdida en el horizonte oscuro lleno de luces, intentando recordar y
retener lo sucedido un rato antes.
Dormía
profundamente cuando algo que le recordó a un beso se posó en su cara. La niña
y el osito cantaban y bailaban a lo lejos en aquel cuento de Navidad donde una
parte de su corazón había florecido gracias a los Reyes Magos.
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