Como todas
las últimas noches desde que había llegado, aquella era una noche espléndida,
inolvidable. Miles de estrellas allá donde mirara. Había sido un viaje rápido y
singular, se sentía ligero, un poco aturdido, pero estaba seguro que se le
pasaría pronto.
Aquello no le resultó fácil. La cantidad de estrellas era tal
que había que aceptar que los puntos más luminosos entre otros mil dibujaban lo
que podía recordar a una sartén.
-Bueno, será la masa enorme de estrellas la que dificulta
hacer el dibujo –caviló en voz alta. -Sí creo que la tengo -pensó y reconstruyó
mentalmente tres veces la localización de la estrella Polar.
-Entonces aquella
estrella o esa tan próxima deberá corresponder con el Norte de la bóveda
celeste -se dijo.
Llevaba no sé cuántas noches dibujando estrellas y
constelaciones, como también le había enseñado su padre de niño. -¡Ya le
hubiera gustado tener a mano aquellos esquemas y croquis de 25 años
atrás!....el triángulo del verano, el triángulo del invierno, Géminis, Arturo,
Orión, Vega.
Miró su muñeca, pero no encontró su reloj. -¿Dónde lo habría
dejado? pero ¿Por qué no lo llevaba puesto? Él, muy a menudo, consultaba su
reloj de pulsera para saber a ciencia cierta la hora que era. -También los
relojes mienten, no es la misma hora aquí que en Chicago o Madrid -recapacitó.
Además de profundamente solo, se sentía extraño, rodeado de
noche y de estrellas.
La soledad le helaba el espíritu, sentía auténtico pánico de
no haber visto ni oído a nadie desde que había llegado. Durante horas, todas
las mañanas caminaba buscando algo que le dijera dónde estaba, o que le
permitiera intuir cómo encontrar a alguien. Pero todo había sido infructuoso.
Bebió agua de forma automática y siguió pensando, recordando cosas de su viaje.
-¿Cómo había llegado allí? ¿Desde dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué? No conseguía hilar
respuesta.
Encendió a duras penas un artilugio que le ayudaba a calentar
y esperó un rato a que estuviera a punto. -Pero, ¡Qué narices, aquello no tenía
punto, sabía todo igual, lo mismo caliente que frío o templado y lo peor es que
se terminaría la comida en menos de una semana! La cosa no pintaba bien, o
tenía suerte y avivaba o lo pasaría muy mal. Aquel viaje no había salido todo
lo bien que hubiera deseado. Sin saber por qué cada día estaba más cansado y
más solo.
La luz empezó a brotar y a iluminar el horizonte, de nuevo,
como en los últimos días. Miró a lo lejos abriendo mucho los ojos y nada, sólo logró
entrever la silueta de unas montañas lejanas que le recordaron de nuevo a su
mujer, en el verano más feliz de su vida, junto a su casita del bosque y pleno
de naturaleza.
Algo de pronto pareció moverse cerca de él.
-No, no había sido nada, quizás una sombra proyectada por el
movimiento de mi mano -se dijo.
La noche volvió a intuirse y algunas estrellas muy luminosas
estaban ya colgadas en el firmamento. La idea de buscar a Orión surgió de nuevo
en su mente. Cabalgó en el tiempo imaginado su casita de campo, sus playas, sus
viajes, sus estudios, sus descubrimientos. Para nada se arrepentía de haber
sido conejillo de Indias de sus propios inventos y descubrimientos.
Recordaba la primera vez que con su prototipo había
desintegrado molecularmente la llave de su coche y que había tardado más de un
año en encontrar la solución para recuperarla después de mil intentos fallidos.
Aquel descubrimiento le catapultó a la fama. Consiguió una beca en el MIT y
poco después ya era conocido por algunos científicos eminentes que publicaban
en Molecular Future, Molecular Experimental Science y Space, Now and Future.
Otra sombra en movimiento lo sacó de sus pensamientos. -¿Cómo
era posible una sombra si era de noche? -se dijo.
Claramente en el horizonte se encontraba lo que él creía
podría ser la constelación de Libra o parte de Escorpio por la figura
geométrica que podría dibujarse al unir algunas estrellas. Varias “luces
apagadas” cayeron próximas a sus recuerdos y a su existencia.
Otra noche sin poder dormir y el cielo seguía mostrándose
bellísimo, en su máximo esplendor, transmutándose en algo ignoto e
incomprensible. Nuevas sombras cayeron a su alrededor y lo sacaron de su
ensueño. El sopor, junto al hambre y la sed se hicieron insoportables. Jamás
había sufrido esa mezcla de sensaciones tan dispares.
-¿Se puede dormir con hambre? -se preguntó. Volvió a beber de
forma automática. La soledad inquietó su espíritu hasta que el sueño fue aún más
fuerte.
Le despertó una alarma, una alarma creciente. Su cara estaba
siendo bombardeada por una energía desbordante. De nuevo muchas sombras
brillaron a su alrededor. Ahora estaba seguro que la noche había concluido y
sería más fácil descubrir lo ignoto, reconocer posibles miedos y peligros. Rápidamente
se movió hacia algo que recordaba un cobertizo que semanas atrás había
construido torpemente con algunas rocas. Llevaba semanas trabajando en una
idea, pero siempre surgían problemas, un estimulador, un circuito de
precalentamiento, el desintegrador que después de desintegrar no integraba, el
condensador.
Miró al display, 2425. Había viajado casi 400 años y ahora él
debía tener probablemente 65 años. Aunque la Tierra no aparecía entre las
muchas coordenadas espaciales que daba su superordenador acústico, recordó las
cifras A231, B5128, C1000, D777. Pensó en ellas 3 veces y entonces el cobertizo
y todo aquello que en él estaba empezaron a desintegrase rapidísimamente. La
sombra de un meteorito partió lo que quedaba de su casco espacial en 100
trozos.
Lentamente recuperó la consciencia, estaba en algún sitio
familiar, paradisiaco, lleno de vida, sano y salvo y lo que era más importante,
había dado con la clave del regreso. Su último viaje había sido el mejor de
todos sus viajes, el encuentro con su propio destino.
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