lunes, 16 de enero de 2017

El mejor viaje: Cuando el destino nos alcanza.

     Como todas las últimas noches desde que había llegado, aquella era una noche espléndida, inolvidable. Miles de estrellas allá donde mirara. Había sido un viaje rápido y singular, se sentía ligero, un poco aturdido, pero estaba seguro que se le pasaría pronto.
Aquello no le resultó fácil. La cantidad de estrellas era tal que había que aceptar que los puntos más luminosos entre otros mil dibujaban lo que podía recordar a una sartén.
-Bueno, será la masa enorme de estrellas la que dificulta hacer el dibujo –caviló en voz alta. -Sí creo que la tengo -pensó y reconstruyó mentalmente tres veces la localización de la estrella Polar.
-Entonces aquella estrella o esa tan próxima deberá corresponder con el Norte de la bóveda celeste -se dijo.
Llevaba no sé cuántas noches dibujando estrellas y constelaciones, como también le había enseñado su padre de niño. -¡Ya le hubiera gustado tener a mano aquellos esquemas y croquis de 25 años atrás!....el triángulo del verano, el triángulo del invierno, Géminis, Arturo, Orión, Vega.
Miró su muñeca, pero no encontró su reloj. -¿Dónde lo habría dejado? pero ¿Por qué no lo llevaba puesto? Él, muy a menudo, consultaba su reloj de pulsera para saber a ciencia cierta la hora que era. -También los relojes mienten, no es la misma hora aquí que en Chicago o Madrid -recapacitó.
Además de profundamente solo, se sentía extraño, rodeado de noche y de estrellas.
La soledad le helaba el espíritu, sentía auténtico pánico de no haber visto ni oído a nadie desde que había llegado. Durante horas, todas las mañanas caminaba buscando algo que le dijera dónde estaba, o que le permitiera intuir cómo encontrar a alguien. Pero todo había sido infructuoso. Bebió agua de forma automática y siguió pensando, recordando cosas de su viaje. -¿Cómo había llegado allí? ¿Desde dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué? No conseguía hilar respuesta.
Encendió a duras penas un artilugio que le ayudaba a calentar y esperó un rato a que estuviera a punto. -Pero, ¡Qué narices, aquello no tenía punto, sabía todo igual, lo mismo caliente que frío o templado y lo peor es que se terminaría la comida en menos de una semana! La cosa no pintaba bien, o tenía suerte y avivaba o lo pasaría muy mal. Aquel viaje no había salido todo lo bien que hubiera deseado. Sin saber por qué cada día estaba más cansado y más solo.
La luz empezó a brotar y a iluminar el horizonte, de nuevo, como en los últimos días. Miró a lo lejos abriendo mucho los ojos y nada, sólo logró entrever la silueta de unas montañas lejanas que le recordaron de nuevo a su mujer, en el verano más feliz de su vida, junto a su casita del bosque y pleno de naturaleza.
Algo de pronto pareció moverse cerca de él.
-No, no había sido nada, quizás una sombra proyectada por el movimiento de mi mano -se dijo.
La noche volvió a intuirse y algunas estrellas muy luminosas estaban ya colgadas en el firmamento. La idea de buscar a Orión surgió de nuevo en su mente. Cabalgó en el tiempo imaginado su casita de campo, sus playas, sus viajes, sus estudios, sus descubrimientos. Para nada se arrepentía de haber sido conejillo de Indias de sus propios inventos y descubrimientos.
Recordaba la primera vez que con su prototipo había desintegrado molecularmente la llave de su coche y que había tardado más de un año en encontrar la solución para recuperarla después de mil intentos fallidos. Aquel descubrimiento le catapultó a la fama. Consiguió una beca en el MIT y poco después ya era conocido por algunos científicos eminentes que publicaban en Molecular Future, Molecular Experimental Science y Space, Now and Future.
Otra sombra en movimiento lo sacó de sus pensamientos. -¿Cómo era posible una sombra si era de noche? -se dijo.
Claramente en el horizonte se encontraba lo que él creía podría ser la constelación de Libra o parte de Escorpio por la figura geométrica que podría dibujarse al unir algunas estrellas. Varias “luces apagadas” cayeron próximas a sus recuerdos y a su existencia. 
Otra noche sin poder dormir y el cielo seguía mostrándose bellísimo, en su máximo esplendor, transmutándose en algo ignoto e incomprensible. Nuevas sombras cayeron a su alrededor y lo sacaron de su ensueño. El sopor, junto al hambre y la sed se hicieron insoportables. Jamás había sufrido esa mezcla de sensaciones tan dispares.
-¿Se puede dormir con hambre? -se preguntó. Volvió a beber de forma automática. La soledad inquietó su espíritu hasta que el sueño fue aún más fuerte.
Le despertó una alarma, una alarma creciente. Su cara estaba siendo bombardeada por una energía desbordante. De nuevo muchas sombras brillaron a su alrededor. Ahora estaba seguro que la noche había concluido y sería más fácil descubrir lo ignoto, reconocer posibles miedos y peligros. Rápidamente se movió hacia algo que recordaba un cobertizo que semanas atrás había construido torpemente con algunas rocas. Llevaba semanas trabajando en una idea, pero siempre surgían problemas, un estimulador, un circuito de precalentamiento, el desintegrador que después de desintegrar no integraba, el condensador.
Miró al display, 2425. Había viajado casi 400 años y ahora él debía tener probablemente 65 años. Aunque la Tierra no aparecía entre las muchas coordenadas espaciales que daba su superordenador acústico, recordó las cifras A231, B5128, C1000, D777. Pensó en ellas 3 veces y entonces el cobertizo y todo aquello que en él estaba empezaron a desintegrase rapidísimamente. La sombra de un meteorito partió lo que quedaba de su casco espacial en 100 trozos.
Lentamente recuperó la consciencia, estaba en algún sitio familiar, paradisiaco, lleno de vida, sano y salvo y lo que era más importante, había dado con la clave del regreso. Su último viaje había sido el mejor de todos sus viajes, el encuentro con su propio destino.


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