Moguer es igual que un pan de trigo,
blanco por dentro, como el migajón,
y dorado en torno –oh moreno!
-como la blanda corteza
(Juan Ramón Jiménez, Platero y yo)
He soñado estos días contigo
Moguer. ¿Será que tengo en mis manos de noche un trozo de tu alma? Mi padre
gustaba de llevarme a visitarte en su Vespa, en su Seita, en su Renault años
más tarde, cuando yo era joven mucho más joven cuando los Beatles cantaban sintonizando
con mi historia en Help
When I was younger, so
much younger than today…
Mi padre me hablaba de Colón, del
Hospital de Misericordia, del Monasterio de Santa Clara, de los Grandes de
España, de Puerto Rico, de Zenobia, de Platero. Presumía de las fotos que había
realizado el día del entierro de Juan Ramón, cuando no sé cómo subió a la torre
e inmortalizó aquel momento. Le gustaba buscar en las esquinas de las plazas,
en las calles en placas, azulejos, que hablaban de Platero, de Moguer, de su
iglesia, de sus calles
La torre de Moguer de cerca, parece una
Giralda vista de lejos
Este es el callejón de la sal, que retuerce
su breve estrechez violeta de cal…
De niño sabía que jinete y montura
eran uno, pero no sabía por qué. He visitado luego, muchas veces esta blancura de
pueblo buscando el porqué de esa quimera mitad burrito mitad hombre y he releído
una vez tras otra la gran Elegía Andaluza, hermosura de más de cien pequeñas
historias vividas, donde las mariposas blancas, el pozo, la púa, la escama, los
niños, el vino, el pan, el eclipse y por supuesto Platero son algo inseparable de
Moguer y de su gente.
Moguer es como muchos pueblos
andaluces pura cal, encanto de calles de ventanas con rejas primorosas hasta el
suelo y persianas entreabiertas por donde se mira y se observa poesía que
pasea. Moguer, sin embargo, tiene un alma inverosímil, una esencia que te
arrastra por callejas viejas donde la luz árabe es mucho más que albor, es
suspiro de campos, de trigales, de aceitunas que añoran la noche de Capricornio,
de hombres que gozan hablando, donde sigue viviendo Platero.
Moguer revive muchas tardes su
nombre romano, la luz al atardecer hace de sus colinas roja que llueva oro sobre
sus campos. -¡Mons-Urium, Mons-Urium,
tú debiste soñar con el mar tan cercano, cuando tus hombre soñando noches
atlánticas marchaban a Palos a San Juan del Puerto a remar en viejas barcas.
Quizás te hiciste dorada mientras ellos subían bordeando el Tinto buscando
historias tartésicas y minerales imposibles, cuando pasaste a ser la musulmana Mogur
vertiendo llantos árabes de azogue. Quizás soñaste en luna cuando los
plateros judíos al estilo de Córdoba hacían filigranas para ti, para ellos,
para los Portocarreros, Guzmanes y Medina Sidonias mientras sus mujeres oraban
y lloraban por sus ancestros de monjas en Santa Clara!
Moguer, tú diste prisa al
descubrimiento, y entre tus gentes Cristóbal Colón encontró el apoyo de la
abadesa de Santa Clara, del clérigo Martín Sánchez, del hacendado Juan
Rodríguez Cabezudo, y sobre todo, de los Hermanos Niño que aportaron su
carabela La Niña, desde donde se gritó
-¡Tierra!
Subo por una calleja y como una
esponja, de pronto, lleno de ti todos mis poros. Desde el fondo de un patio,
por sorpresa, se escucha un piropo que humedece mis ojos y rasga mi alma
Cuando pasé por Moguer
Oí cantar un fandanguillo
Tenía duende el chiquillo
Y hablaba yo no sé qué
De un hombre y un borriquillo
Quedo en silencio y mirando a un cielo plagado de
estrellas me digo: -¡Moguer, Moguer, tú tienes alquimia que hace filosofal tus
piedras mezclando historia, naturaleza, y pura poesía!
Madrid, Septiembre, 2016
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