La angustia de los últimos días invitaba a que el fin de semana fuera
tranquilo. Detrás quedaban lunas oscuras, tensiones disparatadas de última hora
antes de la entrega de un proyecto y la tristeza de la muerte de dos familiares
muy allegados durante los últimos días.
La mañana se había levantado somnolienta fruto del
cansancio del desplazamiento a Sevilla del día anterior. Un viaje francamente
duro en el marco de llantos y adioses para siempre. Una música de fondo
invitaba a desayunar despacio, pensando en la futilidad del ser, pero también
en el regalo que la vida le hacía aquella mañana. El horóscopo que traía el
periódico también recomendaba disfrutar de la brisa de otoño y sus primeros y
melancólicos amarillos, ocres y algún rojizo extravagante.
Volaban sobre el piano los dedos prestigiosos de
Mitsuko Uchida, una pianista japonesa, interpretando el concierto nº 15 de
Mozart en Sí bemol, cuando sonó el móvil. En el “display” un número
desconocido, un “910”. Una mirada desconfiada acalló al momento el ring del
teléfono centrando sus esfuerzos en aquel piano imaginario, que saliendo por
los altavoces de la radio, aparecía en la cocina delante de sus narices. Poco a
poco fueron también testigos de excepción el director de la orquesta, cuatro violinistas, un flautista y un trompetista que además de música parecían querer darle los
buenos días y tomar algo de café.
Todo el encanto se esfumó cuando empezaron a sonar
al unísono los timbres del móvil y del inalámbrico. En la pantalla de ambos, el
mismo teléfono 91004… ¡Socorro, aquello era una ataque orquestado, la anti-música
en Si bemol, mayor, la tensión en la mañana! –pensó. Un movimiento brusco de la
mano derecha buscando poner silencio empujó la taza de café hirviente sobre el
inalámbrico, el móvil y la otra mano. A los movimientos prestigiosos sobre las
teclas del piano de las manos imaginarias de la pianista, se unía la urgencia
de los aspavientos sobre el chorro de agua fría y un paño secando a toda prisa
a ambos instrumentos infernales.
Surgido del espanto, el móvil empezó a hablar solo,
mientras que el inalámbrico lloraba humo. ¡Don Francisco, queremos ofrecerle
algo que Ud. lleva soñando desde hace más de una década! –rezaba el teléfono.
En el fondo de la habitación, el dedo índice de la mano izquierda de la
japonesa daba un sol que los violines correspondían, mientras que la mano
enrojecida y achicharrada por el café sugería que una ampolla gigantesca se
inflaría en pocos segundos si no se aplicaba pomada, ungüento o aceite en
cantidades impensables y de forma inmediata.
¡Don Francisco! ¿me oye? ¡Le repito que queremos
ofrecerle algo con lo que usted lleva soñando desde hace años! ¿Qué cómo lo sé? –se
auto-respondió el móvil ¡Mi empresa ha investigado sus gustos y quiere
recompensar su fidelidad! –se escuchaba por el altavoz.
Bruscamente del inalámbrico salió una llamarada.
Sobre la mesa otra taza de café esperaba su turno. El caos fue inmediato. El
director de orquesta limpiaba con una servilleta de la mesa las miles de gotas
que manchaban su frac, la primer violín se puso de pie, como impulsada por un
muelle, intentando evitar que un chorro de café se colara por su escote, la
trompeta del fondo sonaba desafinada salpicando café sobre la pianista que escupía
sobre el inalámbrico intentando apagarlo.
¡Don Francisco! -seguía repitiendo el sonido infame,
¡queremos invitarle a un viaje a Viena para que asista gratis a un concierto
único que no se interpreta en esta ciudad desde hace ya varios años: El
concierto para piano nº 15, opus K. 250 de Wolfgang Amadeus Mozart,
interpretado nada menos que por Mitsuko Uchida!
Don Francisco ¿me oye? Don Francisco ¿me oye? El
aparato se perdía por el hueco del patio muriendo su sonido contra el suelo veinte
metros más abajo.
Nota del autor: Después de una discusión matutina,
mucha tensión de días atrás y escuchando el concierto nº 15 de Mozart camino de
Málaga, interrumpido por una llamada inoportuna, se me ocurrió este disparate,
el seis de octubre de 2018.
Si es que los teléfonos los carga el diablo. Para que luego digan que la música clásica relaja. Pues yo no te he visto muy relajado, la verdad.
ResponderEliminarLo mejor para desdramatizar algunas situaciones es tomárselo con humor. Genial texto.
Un beso.