sábado, 3 de noviembre de 2018

Éxodo 8 - He envejecido


He envejecido. En un abrir y cerrar de ojos mi pelo, el poco que me queda se ha blanqueado como si la nieve estuviera ahí protegiéndome del silencio, del frío y de la propia existencia. La palidez de los años ha debido teñir de gris mi rostro y poblado de arrugas que adivino con la yema de mis dedos. No recuerdo bien quién soy, ni por qué estoy aquí y mis memorias se pierden en el rumor cansino del viento. Una cicatriz enorme pregona que la piel de mi pecho debió ser profundamente lacerada por las uñas de una potente garra. Solo recuerdo frío, témpanos, redomas donde se cocían plantas y a dos mujeres, las dos portando algo de mi existencia. También recuerdo en sueños la voz de un amigo, cuyo nombre ya olvidé con quién compartía responsabilidades y silencios. La palabra Sur no me dice gran cosa a pesar de que esas voces amigas siempre me hablan de mi viaje y mi insistencia hacia ese punto cardinal. No debieron estar unidos en mi existencia el Sur con los verdes brillantes de los árboles gigantes; es posible que no me haya movido nunca del mismo sitio pues no he llegado a distinguirlos en la profundidad de mi respirar de lo que a veces sueño.
He oído que gente del sur, gentes que sabían de mí, salvaron mi vida y quizás mi alma; que grandes aves que esperaban y añoraban mi muerte escaparon a otros cielos. Ahora estoy junto a una gran extensión de agua, que nunca hiela, algo que llaman los de aquí, breve pero poderosamente, mar. Debe ser mujer pues de ella nace vida que a menudo comemos. Pare milagrosamente unos seres plateados, escurridizos. Muchos de los que se acercan a mí parecen felices lejos de los grandes padres blancos, pero en las noches oigo miedosos rezarles, para que los colmillos del enorme gato se mantengan muy lejos, más allá de las montañas que miran hacia donde sale el sol.
Esta mañana un muchacho, que me llama padre, a quién mis ojos casi no dejan ver, pero de quien su voz bien conozco, me ha traído muchas plantas que despiertan en mí olores y susurros de druida. Sé para qué dolencia usarlas pero no recuerdo como llamarlas, ni quiero despertarlas con sus nombres. Escondidas entre ellas unas flores amarillas han hecho saltar mis lágrimas. Veladas en mis sueños de hace días he recordado a una manos blancas cogerlas, besarlas y dármelas mientras ponía mi mano sobre su vientre vivo que se agitaba.
Lejos un hombre joven a quien siempre oigo moverse y amar, trae en su palo de caza una gran serpiente enrollada. Creo que cuando muerde mata después de dormirte, como hace el espíritu con la vida. Me habla pero no le escucho. Susurra que bajo aquel túmulo mis días serán más felices estando con los ancestros y que soplaré a la serpiente y al gran padre blanco y al dios de los colmillos largos para que no falte la vida blanca que fluye del pecho de las hembras y del falo de los guerreros, para que la existencia sea ahora y por siempre el entretenimiento de los dioses.
Yo me iré y se quedarán los pájaros más alegres, pero cantando solitarios sin parar en la mañana o susurrando por las tardes cuando el sol les diga que ya me he ido.
Todo está ya un poco más triste y mi soledad mortalmente cansada, pero aunque la vida vuelva y abandone mi anestesia casi centenaria, este letargo no será inútil y despertaré nacido en una nueva existencia.


Nota de autor a Éxodo
Éxodo es una historia de vida o muerte; de escapar de donde no hay nada y de raptos y de encuentros tentadores a lo largo del camino.
Recordando a Umberto Eco en “La isla del día de antes” (sic) “quizás existía un orden secreto que presidía aquel mudar de órdenes y perspectivas, pero nosotros estábamos destinados a no descubrirlo jamás, y a seguir más bien el juego voluble de aquellas apariencias de orden que se reordenaban a cada nueva experiencia”.
Muchas de las ansias ya están allí, otras quizás no llegaron nunca o cuando lo hagan no será lo mismo, ya que no recordarás haberlo vivido y ni siquiera quien eras tú.
Madrid, octubre de 2018

1 comentario:

  1. Qué pena haber vivido tanto y no recordarlo, pero a veces la vida y la memoria es así de traidora. Al final el druida se queda con los suyos aunque parece que echa de menos el sur.
    Bonita serie y un final redondo, aunque un poco triste.
    Besos.

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